Caribe Nipponica. Parte II

ASIA/PROYECTO VES
José Álvarez-Cornett
(@chegoyo en Twitter)
CARACAS (Chegoyo.com)
12 de Enero, 2020

Este collage tiene como fondo una foto del Mar Caribe del artista japonés Hiroshi Sugimoto (1990), superimpuesta lleva escrita la palabra «Bosomaru», la cual fue el nombre de un barco de investigación marítimo japonés que surcó el mar venezolano entre 1955 y 1956 , y un mapa con la ruta de dicho barco.

 

Como amo las flores, me levanto temprano;
Como amo la Luna, me retiro tarde
惜花春起早、愛月夜寝遅

Esta cita está tomada de un libro
del filósofo neoconfucionista
japonés Kaibara Ekken, titulado
«La filosofía del placer»
(Raku Kun 樂訓; en inglés “The
Philosophy of Pleasure“, o también
The Way of Contentment“).
Pero, a su vez, Kaibara
está citando a algún
poeta chino cuyo nombre
se ha perdido en el tiempo.

Caribe Nipponica es un ensayo dividido en tres partes. Esta es la segunda entrega. De antemano, hacemos la advertencia de que la segunda parte es un ensayo largo de casi 17 mil palabras que cubre a México, Panamá, Cuba, Colombia y República Dominicana, y, aunque Venezuela será tratada en la tercera parte, esta segunda parte trae una gran sorpresa sobre Venezuela (rastros de la presencia nipona en el país en el siglo XIX). El ensayo está ampliamente ilustrado con mapas, gráficos y fotos y es de lectura muy ligera. Abajo, al final, en la sección de comentarios, puedes dejar tu opinión.

PARTE I
Una estela japonesa por el Mar Caribe (1613-1860)  

PARTE II
Los países caribeños y la inmigración pionera japonesa

PARTE III
Los japoneses en el Mar Caribe venezolano 

En el ensayo Caribe Nipponica se revisan una serie de elementos históricos sobre la presencia japonesa en el Mar Caribe con énfasis en los aspectos más relevantes ocurridos en el Mar Caribe hispánico y, en especial, en la Parte III, sobre las actividades de los japoneses en el Mar Caribe venezolano en oceanografía y ciencias del mar. Este trabajo es parte de la línea de investigación NIHON VES del PROYECTO VES y también forma parte de la iniciativa Seminario Nipponica Venezuelensis.

¿Cuál ha sido la relación de los japoneses con el Mar Caribe? ¿Cómo es que los japoneses llegaron al Mar Caribe? ¿Cómo es que el barco de investigación japonés Bosomaru (o Boso Maru) vino a pasar cerca de un año en el Mar Caribe venezolano?  ¿Cuándo fue eso? ¿Cuáles han sido los resultados y las consecuencias?

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Caribe Nipponica. Parte II

Los países caribeños y la inmigración pionera japonesa 

En la primera parte de Caribe Nipponica vimos que los viajes nipones en el siglo XVII dejaron inmigrantes japoneses en Filipinas, Nueva España (hoy, México) y en Coria del Río, en España. En tiempos modernos, la emigración japonesa comenzó, a mediados del siglo XIX, unos pocos años después del proceso inicial de apertura de Japón al mundo occidental, entre 1853 (con la llegada del Comodoro Perry) y 1858 (con la firma del Tratado Harris). 

El fenómeno migratorio de los japoneses hacia América Latina tiene su origen en la presión demográfica, el desempleo y porque, en esa época, en Japón, las oportunidades para la mayoría de las personas estaban limitadas y había una población rural crecientemente inactiva.

En 1880, la población de Japón era de 37 millones de habitantes y pasó a 51 millones en 1912, luego a 56 millones en 1920, 64 millones en 1930 y a 73 millones en 1940. Para 1940 había 1.718.258 japoneses viviendo fuera de Japón de los cuales 234.574 residían en países latinoamericanos. Como comparación, en Venezuela, en 1930, la población era de 3.300.214 y diez años después, en 1940, de 3.783.780 y, en 1941, tan sólo había 52 japoneses residiendo en Venezuela. 

Hemos dicho que la presencia japonesa en el Mar Caribe es un tema que desborda las fronteras territoriales. Para tratar de entender la emigración japonesa en el Mar Caribe no solo hay que hacer mención a las circunstancias sociopolíticas y económicas de Japón, sino también, aunque sin entrar en demasiados detalles, deberemos considerar la emigración hacia zonas alejadas del Mar Caribe como Hawaii, Brasil o Perú. En este ensayo también nos detendremos en un caso muy interesante de ciencia hispanoamericana hecha en Japón en el siglo XIX que tuvo una repercusión diplomática e inmigratoria.

Por otra parte, en esta parte del ensayo Caribe Nipponica estamos más interesados en destacar cómo fue la llegada de los primeros inmigrantes japoneses a los países de influencia caribeña que en la evolución de las comunidades inmigrantes japonesas (nikkei) que se formaron – en particular, no daremos detalles sobre la suerte de estas comunidades durante la Segunda Guerra Mundial cuando muchos japoneses en Hispanoamérica sufrieron deportaciones hacia Estados Unidos o traslados forzosos dentro de sus países de acogida y la confiscación de bienes; para los detalles sobre la inmigración japonesa en cada país referimos al lector a la bibliografía citada.

Nuestra historia de emigración comienza en Hawaii. 

Hawaii

A mediados del siglo XIX, la industria del azúcar era la base económica del Reino de Hawaii y se necesitaba mucha mano de obra barata. En esa época, la influencia en Hawaii de los misioneros británicos y estadounidenses era muy grande como lo refleja el hecho de que el Cónsul del Reino de Hawaii en Japón era un estadounidense, hijo de padres holandeses, llamado Eugene Miller Van Reed (1835-1873). En 1868, el Cónsul Van Reed solicitó traer a Hawaii a 148 japoneses para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar y también logró enviar a cerca de 40 japoneses a la isla de Guam.

‘Trabajadores japoneses en la plantación Spreckelsvill, Hawaii, pintura al óleo de Joseph Dwight Strong, 1885. Fuente: Wikipedia (ver también National Geographic)

Pero, como estos primeros inmigrantes japoneses de los tiempos modernos fueron tratados muy mal, casi como esclavos, el gobierno Meiji eventualmente prohibió la salida de más inmigrantes. Prefiriendo, en un principio, canalizar la presión demográfica hacia un movimiento migratorio interno para el desarrollo de la isla de Hokkaido en el norte de Japón y, luego, a principios del siglo XX, hacia China (a los territorios de Manchuria y Taiwán cedidos a Japón, en 1895, luego de que la dinastía china Qing perdiera la Primera Guerra sino-japonesa, 1894-1895; en estos territorios el dominio japonés continuó hasta 1945) y Corea la cual, entre 1910 y 1945, fue una colonia japonesa.

Sin embargo, para 1885 el gobierno Meiji estaba preocupado por el impacto del crecimiento poblacional sobre los recursos del país y el crecimiento del desempleo, entonces autorizó la emigración masiva hacia Hawaii para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar (en 1885, 945 japoneses salieron para Japón a bordo del barco SS City of Tokio y ya para el año 1900 el Territorio de Hawaii – que ya había dejado de ser una monarquía – tenía una población de origen japonés de 47.508 hombres y 13.603 mujeres)¹. Esta emigración masiva a Hawaii fue organizada por varias empresas privadas japonesas, algunas de las cuales estuvieron luego involucradas en la inmigración japonesa hacia Hispanoamérica y Brasil.

Los primeros inmigrantes japoneses (nikkejin)

en el Mar Caribe²

 

The surge in Japanese migration to Latin America
beginning in the 1920s and its reemergence in
the post–World War II period were consequences
of the purposeful and powerful forces applied by
Japanese officialdom, which claimed that the
national emigration policy was instrumental
in addressing the demographic crisis and
poverty that plagued the country.

Toake Endoh in Exporting Japan: Politics
of Emigration toward Latin America

[El aumento de la migración japonesa a
América Latina a partir de la década de
1920 y su resurgimiento en el período
posterior a la Segunda Guerra Mundial
fueron una consecuencia de las fuerzas
intencionadas y poderosas aplicadas por
los funcionarios japoneses, que afirmaban
que la política nacional de migración era
fundamental para abordar la crisis demográfica
y la pobreza que plagaba al país.]

 

En PROYECTO VES pensamos que la inmigración japonesa hacia las naciones del Caribe de habla hispana (en la cual incluimos a México) es una historia oculta porque ha sido poco divulgada y, por ello, es muy poco conocida. Si bien es cierto que se conocen los aspectos particulares de la inmigración japonesa en cada uno de los diferentes países de la región, no existe una presentación sucinta que cubra a todos los países en un solo trabajo y que, por otra parte, enfatiza, como aquí lo hacemos, los aspectos relacionados con el mar, la pesca y las investigaciones oceanográficas niponas en el Mar Caribe.

MÉXICO

La idea de crear asentamientos japoneses en el extranjero fue promovida en Japón con mucho entusiasmo por los círculos políticos e intelectuales de esa nación.  El inicio de la migración japonesa hacia América Latina comenzó con un intento, no exitoso por cierto, de establecer una colonia agrícola para cultivar café en México. En efecto, el 24 de marzo de 1897, se embarcaron en Yokohama 34 japoneses (28 trabajadores que viajaban como colonos y seis emigrantes libres que estaban formados en agronomía) quienes arribaron al Puerto de San Benito (hoy, Puerto Madero), el 10 de mayo de 1897, después de 47 días en el mar. En un terreno ejido de la ciudad de Escuintla, en el municipio Acacoyagua de Chiapas fundaron la llamada Colonia Enomoto³.

Los japoneses del primer proyecto colonizador fallido de la Colonia Enomoto, viajaron a Ciudad de México, pero luego regresaron en 1901 a Chiapas y fundaron una cooperativa en el rancho El Tajuko, el cual funcionó hasta 1921. La foto muestra a Terui Ryojiro con su familia (ver nota 2). Fuente: Brief Historical Overview of Japanese Emigration, 1868-1998.

La emigración a México se dio después de que Japón y México, en 1888, en condiciones de igualdad, firmaran un Tratado de Amistad, Navegación y Comercio. En la primera década del siglo XX llegaron a México más de diez mil inmigrantes japoneses para trabajar en la explotación de minas, la construcción de ferrocarriles y en una plantación de caña de azúcar llamada ‘La Oaxaqueña’. Sin embargo, muchos de ellos no tenían en mente a México como su destino final sino a Estados Unidos. Por ello, entre otras razones, solo un 25% de estos diez mil inmigrantes se quedó en México. Para mayores detalles, ver «Japón y México: el inicio de sus relaciones y la inmigración japonesa durante el Porfiriato».

Placa en el monumento que existe en el Parque Enomoto en Acacoyagua, Chiapas. Fuente: Identidad Soconusco. Aunque la foto parece haber sido tomada por Florentino de Mazariegos, julio del 2012.

La emigración hacia México fue inicialmente promovida por una asociación privada japonesa llamada Sociedad Colonial (en japonés, Shokumin kyōkai 殖民協会) fundada, entre otros funcionarios e intelectuales, por el Visconte (Shishaku 子爵) Enomoto Takeaki (1836-1908) para desarrollar “colonias” japonesas en el exterior. El propio Enomoto fue el responsable de los preparativos para la colonia agrícola en Chiapas.

En Japón se crearon varias organizaciones similares a la Sociedad Colonial que competían entre ellas para reclutar a los migrantes. Pero, en 1917, debido a que el gobierno quería tener algún control sobre la emigración, todas estas empresas fueron centralizadas por el gobierno en una sola empresa, la Compañía de Emigración de Ultramar (llamada en japonés Kaigai Kogyo Kabushiki Gaisha o Kaisha, KKKK). La función de estas compañías era la de reclutar inmigrantes, hacerse cargo de todos los trámites legales para que los trabajadores migrantes pudieran salir de Japón y realizar las negociaciones correspondientes (por ejemplo, la compra de tierras para el establecimiento de colonias agrícolas) y los contratos en los países de acogida.

El tránsito de Venus por el Sol y los astrónomos mexicanos en Yokohama en 1874

En los orígenes de las relaciones diplomáticas entre México y aquel Japón de la era Meiji hay un curioso detalle que deseamos resaltar porque atañe a la historia de la ciencia hispanoamericana y porque es un hecho poco conocido. Resulta que en este caso la ciencia hispanoamericana (mexicana) llegó a Japón primero que la diplomacia y, como hispanoamericanos y amantes de la historia de la ciencia, esto nos parece un hecho hermoso que creemos debe ser destacado. Haremos entonces una pequeña parada en nuestra narrativa de la inmigración japonesa para revisar primero esta interesante historia antes de continuar con la llegada de los japoneses a Cuba y Panamá.

(Izq.) Lugares en el mundo donde era posible observar el tránsito de Venus por el Sol en diciembre de 1874. (Der.) Miembros de la expedición científica mexicana: de pie (izq. a der.): Francisco Jiménez, Francisco Díaz Covarrubias y Francisco Bulnes; sentados: Agustín Barroso y Manuel Fernández Leal.

En el siglo XX, Japón se desarrolló industrial y económicamente despegándose de países como México. Pero, para el tercer tercio del siglo XIX, ambos países igualmente buscaban la modernización de sus sociedades, y la ciencia y la tecnología eran consideradas como baluartes de la modernización.

Y, aunque en México la situación en 1874 no era favorable para las actividades científicas (recordemos que, en 1848, México había perdido una guerra con Estados Unidos — y con ello tuvo que ceder más de 2,4 millones de kilómetros cuadrados de territorio — y luego, entre 1861 y 1867, había sufrido la intervención de tropas francesas), sin embargo, entendiendo que si un país como México quería presentarse ante el mundo como un país moderno debía jugar un papel internacional en el desarrollo de la ciencia, el presidente de México Sebastián Lerdo de Tejada (1823-1889) dio los fondos necesarios para costear una expedición astronómica mexicana a Japón (Yokohama) para observar el tránsito del planeta Venus por el Sol, el 8 de diciembre de 1874.

Puntos de observación. (Izquierda) Estación en Nogue-No-Yama, Yokohama. La piedra nivelada en la cual se montó el telescopio se conserva en el mismo lugar el cual hoy es parte de un jardín privado. (Derecha) Estación en Yamate, Yokohama (localidad que en inglés es conocida como The Bluff). Ambas estaciones fueron construidas por un artesano y carpintero chino llamado Mow Cheong, quién hablaba un poco de inglés, asistido por varios trabajadores japoneses.

¿Cuál era la importancia de observar el tránsito de Venus para la ciencia de la época? Resulta que la observación del tránsito del planeta Venus por el Sol proporcionaba a los astrónomos datos para determinar la distancia entre la Tierra y el Sol, y, así, poder conocer más sobre la configuración del Sistema Solar.

Esta expedición a Yokohama estuvo dirigida por el astrónomo Francisco Díaz Covarrubias (1833-1889) quien a su regreso a México sugirió al gobierno mexicano la conveniencia de entablar relaciones diplomáticas y comerciales con Japón; las relaciones diplomáticas entre México y Japón fueron establecidas 14 años después.

(Izq.) Memoria de la expedición de la Comisión Astronómica Mexicana al Japón. (Der.) Fotos del tránsito de Venus.

Las peripecias de esta expedición fueron ampliamente documentadas por el propio Díaz Covarrubias y más recientemente (2004) fueron estudiadas por Christine Allen del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el sitio de donde se realizaron las observaciones hay un monumento para recordar la llegada de los científicos mexicanos (ver también los trabajos de Marco Arturo Moreno Corral «Odisea 1874 o el primer viaje internacional de científicos mexicanos (1995)» y «Viaje de la comisión mexicana a Japón para la observación del tránsito de Venus de 1874 (1995)». 

Debemos señalar que para esta época ni la Universidad Imperial de Tokio ni el Observatorio Astronómico de Tokio habían sido creados, por lo que Japón no pudo formalmente participar en este evento científico internacional. No obstante, hubo una pequeña participación japonesa ya que la expedición liderada por Díaz Covarrubias aceptó en calidad de aprendices a varios jóvenes japoneses de la Armada y del Ministerio de Educación. En este evento científico, además de México, participaron Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, Rusia y Estados Unidos.

Monumento en Yokohama inaugurado en ocasión del centenario de la observación de Venus por la superficie solar por la Comisión Científica de México.

Por otra parte, se debe señalar que Francisco Díaz Covarrubias no era un  personaje desconocido para los japoneses. Su nombre era conocido antes de su llegada a Japón. Esto se debió a que él había desarrollado varios métodos para calcular coordenadas geográficas (Nouvelle méthode pour determiner la latitude d’une station au moyen d’observations azimutales, 1872) y su obra había sido traducida al japonés. En su visita a Japón, Díaz Covarrubias conoció al Vice Ministro de Educación (文部大輔) Tanaka Fujimaru (1845-1909) quien le entregó una copia del trabajo traducido al japonés (esta obra fue originalmente publicada en español, en 1867, bajo el título «Nuevos métodos astronómicos para determinar la hora, el ázimut, la latitud y la longitud geográficas, con entera independencia de medidas angulares absolutas», México, Imprenta del Gobierno, en Palacio).

Fue así como la ciencia hispanoamericana llegó a Japón primero que la diplomacia.

La emigración de japoneses hacia países de la órbita caribeña no fue tan elevada como la que llegó a otros países latinoamericanos como Brasil, Perú o México. Para 1936, había 368 japoneses en Panamá, 597 en Cuba y 215 en Colombia.

PANAMÁ 

La República de Panamá y Japón establecieron relaciones diplomáticas, el 7 de enero de 1904. En 1918, cuando Japón estableció su consulado en Panamá ya vivían allí entre 40 o 50 pescadores y otros 40 trabajaban como peluqueros (barberos). En la primera parte de Caribe Nipponica se relató cómo fue en 1860 el paso por Panamá de la Primera Misión Japonesa a los Estados Unidos. Aunque algunos japoneses trabajaron en la construcción del Canal de Panamá, el cual fue inaugurado el 15 de agosto de 1914 con la travesía del vapor «Ancón», en general, la innmigración japonesa a Panamá fue muy pequeña. Esta nación centroamericana sirvió más como un lugar de paso de los inmigrantes japoneses hacia otros países de la región que como un país de residencia permanente. Sin embargo, hay que destacar un hecho: durante la Segunda Guerra Mundial, la Zona del Canal de Panamá sirvió primero como lugar de reclusión de japoneses panameños (hacia 1941) y, en segundo lugar, como zona temporal de detención de japoneses peruanos (por semanas o meses antes de ser enviados a campos de concentración en el continente estadounidense hacia 1942).

De acuerdo al Tratado de Hay-Bunau Varilla (1903), para ese entonces la Zona del Canal de Panamá estaba bajo el dominio de los Estados Unidos. Antes de la guerra, en la zona del Canal de Panamá también residían algunos japoneses nacidos en los Estados Unidos, como el californiano-japonés Ralph Toshiki Kato quien hacia 1935 vivía en la Zona del Canal. Hay trabajos que mencionan números entre 300 y 185 para los japoneses recluidos en la Zona del Canal durante la guerra. Para mayores detalles ver, The Unknown History of Japanese Internment in Panama y Yoshitaro Amano, Canal Zone Resident and Prisoner #203.

Amano Maru, circa 1935. Fuente: Esther Newman (Discoverynikkei.org)

Entre los residentes japoneses en Panamá destaca el nombre del empresario Yoshitaro Amano, dueño de propiedades y empresas en Panamá (dueño de las tiendas Casa Japonesa) y en otros países de la Latinoamérica (Bolivia, Chile, Costa Rica (Pacific Fishing Company en Puente Arenas) y Ecuador), y propietario de un pequeño barco atunero, el Amano Maru con el que pescaba atún a 200 millas de las costas panameñas. El Anamo Maru era un barco con una máquina de 250 HP que fue construido en Japón en 1933 en los astilleros de Shimizu, Shizuoka y que estaba operado por una tripulación de 16 pescadores japoneses.

Para Venezuela, sin embargo, la inmigración nipona en Panamá fue importante porque el primer grupo de inmigrantes japoneses en Venezuela fue un grupo de pescadores japoneses que no podían ganarse la vida en Panamá debido a un cambio en las regulaciones de pesca que les prohibió pescar cerca de las costas. En 1931, al ver limitadas sus posibilidades, estos pescadores japoneses en Panamá decidieron emigrar a Venezuela (los detalles serán presentados en la tercera parte de Caribe Nipponica). Varios de los inmigrantes japoneses en la costa caribeña de Colombia (en Barranquilla) habían primero emigrado a Panamá desde Japón y luego de Panamá a Colombia (ver más abajo la foto de Mizuno Kōjirō, Adachi Toshio y Dōku Toshio en Panamá).

CUBA

En cuanto a Cuba, en Caribe Nipponica, Parte I, ya discutimos sobre el paso de la Misión Hasekura por la isla en 1604. El segundo visitante japonés en Cuba del que se tiene noticias fue el botánico, naturalista y etnólogo — interesado en folklore y religiones — Minakata Kumagusu (南方 熊楠, 1867-1941), nacido en la Prefectura de Wakayama, especialista en mohos del limo y estudioso de los hongos, algas, musgos y helechos.

La foto de Minakata Kumagusu es de cuando estaba en los Estados Unidos en 1891. La composición fotográfica mostrada fue tomada del Museo Minakata Kumagusu.

Minakata Kumagusu estudió en la Universidad de Tokio y, a fines de 1886, viajó para estudiar en Estados Unidos. Después de pasar seis meses en San Francisco (en donde se matriculó en el Pacific Business College para aprender sobre la vida en ese país), viajó para estudiar en el Michigan State Agricultural College (hoy, Michigan State University). Al parecer fue un hombre intranquilo, deseoso de aventuras y nuevos conocimientos, cuando supo que en Florida había muchas plantas por descubrir, viajó a Jacksonville, Florida, en abril de 1891, quedándose en la casa del Sr. Jiang, un chino que tenía una tienda de vegetales en esa ciudad. Después de varias semanas se trasladó a Key West, Florida y luego, en septiembre, viajó a la Habana en donde estuvo cerca de un mes.

En nuestras lecturas sobre la vida de este polifacético naturalista japonés nos hemos topado un detalle de su vida que nos ha sorprendido muchísimo.  La razón es que existen algunas referencias que señalan que cuando estaba en la Habana, Minakata Kumagusu tuvo un encuentro con un japonés que formaba parte de un circo. Emocionado por la posibilidad de viajar por el Caribe, Minakata Kumagusu se unió al circo como ayudante del cuidador de elefantes y junto con el circo viajó por Haití (Port-au-Prince), Venezuela (Caracas y Valencia) y Jamaica y, en cada zona que visitó, aprovechó la ocasión para recoger muestras botánicas (musgos, helechos y líquenes). Luego, en enero de 1892, Minakata Kumagusu regresó a Florida a estudiar los especímenes recogidos y en septiembre de ese año dejó los Estados Unidos para ir a vivir en Inglaterra.

Minakata Kumagusu regresó a Japón en 1900 y se estableció en Tanabe, en la Prefectura de Wakayama desempeñándose la mayor parte de su vida como investigador independiente. En la ciudad de Tanabe están los Archivos de Minakata Kumagusu y también existe un Museo Minakata Kumagusu en cuyo portal se menciona la presencia de Minakata Kumagusu en Venezuela (ver The Life of Minakata Kumagusu: Years in America).

Este hecho que aquí consignamos queda como un tema para estudiar y profundizar más adelante. Si el viaje de Minakata Kumagusu con el circo hacia Caracas y Valencia en 1891 es cierto (un viaje que pudo haber ocurrido entre octubre y diciembre de ese año), lo convertiría en el primer japonés en tierras venezolanas —junto, por supuesto, con el otro japonés que trabajaba en el circo— y representaría entonces un cambio en la historia de las relaciones entre Japón y Venezuela porque colocaría el primer contacto de un japonés con Venezuela hacia finales del siglo XIX y no en 1925. ¿Existirá una colección botánica venezolana en los archivos de Minakata Kumagusu en Tanabe? ¿Cuál fue el circo que vino a Venezuela en 1891? ¿Alguno de los famosos circos mexicanos como el Circo Orrin? ¿o quizá el famoso circo de Giuseppe Chiarini? En esa época, el circo en América Latina era una diversión popular. 

Pero, por ahora, debemos dejar el caso del naturalista Minakata y continuar con el tema de la presencia nipona en Cuba. En el siglo XIX, en paralelo con la esclavitud africana, prosperó en Cuba una forma de cuasi esclavitud llamada la trata amarilla o culí (en inglés, coolie) que trajo a la isla mano de obra asiática.

En 1847, cuando la cantidad de esclavos africanos nuevos había bajado (de 10.000, en 1844 a 1.000, en 1847), en Cuba se comenzó a introducir mano de obra culí, principalmente, de origen chino (el tráfico de culíes de la India hacia el Caribe, principalmente, se dio hacia las zonas dominación británica como Guyana, Trinidad, Jamaica y Granada y algunas islas francesas como Guadalupe y Martinica). Hay que destacar que la introducción de culíes chinos no detuvo en Cuba la importación de esclavos africanos (por ejemplo, en 1859, cerca de 30.473 esclavos negros nuevos entraron en Cuba).

Se ha estimado que cerca de medio millón de culíes chinos fueron llevados a Cuba y Perú (100 mil fueron embarcados hacia Perú y 142 mil hacia Cuba con una mortalidad del 12%). Para detalles sobre el tráfico de culíes chinos a Cuba ver el libro de Lisa Yun, The Coolie Speaks: Chinese Indentured Laborers and African Slaves in Cuba (Temple University Press, 2008). Aunque en el mundo, durante el siglo XIX, existió el comercio de trabajadores japoneses por contratos en paralelo al tráfico de culíes, y ambos tipos de mano de obra coexistieron en algunas localidades esto casi no sucedió en Cuba. Según el Censo de Cuba de 1899, en ese año tan solo había ocho japoneses viviendo en la isla. Como se puede ver, la impronta japonesa en Cuba es mucho menor que la china.

Según el trabajo de Mompeller Vázquez, “Las relaciones de Cuba y Japón entre 1902 y 1957: Apuntes para una periodización“, la inmigración japonesa en Cuba comenzó con la llegada, en 1898, desde Veracruz, México, de un pasajero de origen japonés llamado Pablo Osuna. Según ese trabajo, la mayor cantidad de japoneses arribó en Cuba entre los años 1924 y 1926. Se ha calculado que, entre 1902 y 1929, entraron a Cuba en calidad de inmigrantes 1.057 japoneses.

Como se sabe, Cuba fue una colonia española hasta 1898 y luego estuvo ocupada hasta 1902 por los Estados Unidos. El 20 de mayo de 1902, al terminarse la ocupación estadounidense, se proclamó la República de Cuba, y, de inmediato, el nuevo país se dio a la tarea de establecer relaciones diplomáticas con otros países, entre ellos Japón. Sin embargo, las relaciones diplomáticas no se dieron formalmente sino hasta el año de 1931 cuando se firmó un tratado de amistad, comercio y navegación (aunque se considera a 1929 como el año de inicio de las relaciones diplomáticas entre ambos países, esto debido a que en ese año se intercambiaron notas diplomáticas para negociar un tratado de comercio y navegación; para los detalles sobre la evolución inicial de los contactos diplomáticos entre Cuba y Japón, ver el trabajo de Mompeller Vázquez).

La mayoría de los inmigrantes japoneses en Cuba eran de Okinawa (pero también llegaron inmigrantes de Hiroshima, Kumamoto, Niigata, Fukuoka, Wakayama, Kochi, Fukushima, Nagano y Okayama) y aunque muchos venían directamente de Japón otros llegaron a Cuba desde varios países de América Latina (como México, Perú, Panamá y Guatemala). Para conocer sobre la experiencia inmigratoria de una familia de Okinawa, se puede leer el trabajo de Benita Eiko Iha sobre la familia Iha. Entre 1900 y 1920 los barcos llamados Rakuyo Maru, Ginyo Maru, Anyo Maru, Seiyo Maru y Sumiyo Maru viajaban con frecuencia a Cuba desde Japón y hacían la travesía en dos meses. Posteriormente, los viajes de japoneses a Cuba se hicieron no de una forma directa sino vía los Estados Unidos o Panamá. Un excelente texto sobre la inmigración japonesa y okinawense es el trabajo, Japanese and Okinawans Cubans de Ryan Masaaki Yokota.

Entre los inmigrantes japoneses destaca el nombre de Ohira Keitaro quien, en 1905, llegó a la Habana procedente de México. En Cuba, además de establecer un negocio de mercaderías, Ohira «se dedicó además al negocio de traer coterráneos al país: trescientos ochenta de ellos entre 1924 y 1926. Durante estos tres años, —dice Mompeller Vázquez—, se produjo la mayor oleada migratoria de japoneses a Cuba. El señor Ohira fungió como agente contratista de la compañía japonesa Oversea para traer a Cuba mano de obra nipona…».

También destacan la presencia en Cuba de varios artistas japoneses (el artista circense Shimizu Kokichi quien residió en la isla entre 1911 y 1920 y casó con una mujer cubana; Kinoshita Mokutaro (1885-1945) de quien se conocen varios dibujos sobre Cuba aunque no se sabe cuándo estuvo en la isla; Kambara Hiroshi (1892- 1970) quien estudió pintura en la Habana en 1916; el reconocido pintor japonés-fránces Tsuguharu Foujita (1886-1968), amigo de Alejo Carpentier, quien visitó Cuba por un mes en 1932).

Durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses fueron declarados enemigos nacionales y, entre 1942 y 1945, 350 inmigrantes japoneses varones fueron puestos en campos de concentración en La Habana y en la Isla de Pinos en donde se dice que pasaron grandes penalidades.

Según Mompeller Vázquez, los inmigrantes japoneses en Cuba se juntaron en varias sociedades: Asociación de Productores Japoneses, Sociedad Japonesa de Cuba, Cooperativa Agrícola de la Isla de Pinos, Asociación Japonesa Showakai (presidida por Ohira Keitaro en La Habana) y otra sociedad en la Isla de Pinos presidida por Kobayashi Tomehachi. Los inmigrantes japoneses en Cuba contribuyeron al comercio, la agricultura, la floricultura y la pesca (en particular, introdujeron en Cuba la técnica japonesa para pescar bonito). 

Barco de la flota pesquera cubana.

Los japoneses ayudaron a la formación de la flota cubana de pesca. Entre 1962 y 1974 más de 100 pescadores japoneses con sus familias viajaron a Cuba para enseñarle a los cubanos sobre el manejo de las técnicas de captura del atún y otros peces (aguja, dorado, albacora) y sobre el uso de algunos barcos pesqueros que Cuba adquirió en Japón (ver video, en japonés).

Takeuchi Kenji (1901-1977)

Entre los inmigrantes japoneses también destacó Takeuchi Kenji (1901-1977), nacido en Hiroshima, llegó a La Habana, el 14 de enero de 1931, y residió en Cuba hasta su muerte. Experto en jardinería, con estudios en la Escuela Superior de Jardinería de Osaka, en Cuba estableció el Jardín Botánico Orquideario de Soroa, en la provincia de Pinar del Río. Otro inmigrante japonés dedicado a la jardinería fue Miyasaki Kanji cuya historia se puede leer en Los jardines de Cuba: Jardineros japoneses. En Cuba, en el Jardín Botánico Nacional, existe una extensión de 5 hectáreas que ocupa un jardín japonés que fue inaugurado el 26 de octubre de 1989.

Actualmente viven en Cuba cerca de 1.200 descendientes de inmigrantes japoneses. Existe un portal llamado Cubano Nikkei que contiene muchas fotos de inmigrantes japoneses en Cuba (ver fotos aquí).

El jardín japonés de La Habana.

COLOMBIA 

La inmigración japonesa en Colombia siguió tres rutas: hubo una muy pequeña inmigración nipona, llamésmosla individual, hacia Bogotá entre 1908 y 1959; una inmigración un poco más grande de japoneses y sus parientes (todos hombres) hacia el Caribe colombiano (principalmente, hacia el área de Barranquilla) que comenzó en 1915; y una inmigración de familias de agricultores japoneses hacia los departamentos del Cauca y el Valle del Cauca en tres oleadas (1929, 1930 y 1935) organizada por la Compañía de Fomento de Ultramar. 

Mapa de Colombia mostrando las costas caribeña y pacífica.

En 1908 se firmó el «Tratado de amistad, comercio y navegación» entre Colombia y Japón. Posteriormente, en 1919, Colombia abrió su primer consulado en tierras niponas, en la ciudad de Yokohama (y Japón abrió el suyo en Bogotá en 1934). Se ha estimado que en un periodo de 45 años (1895-1942), el número de  japoneses que habían pisado tierras colombianas era de tan solo 222 personas. No obstante, a pesar de que la inmigración japonesa en Colombia fue pequeña, ha dejado una huella importante en la agricultura, la jardinería y las matemáticas.

Pasaremos ahora a revisar estas tres inmigraciones y su impacto en la sociedad colombiana.

Japoneses en Bogotá

El primer japonés en Colombia fue un jardinero llamado Kawaguchi Tomohiro quien, en 1908, fue llevado a Bogotá por el empresario y urbanizador Antonio Izquierdo de la Torre (1862-1922) cuando este regresó de un viaje a Japón. Se reporta que en Japón, Kawaguchi había sido el jardinero del Marqués (侯爵 kōshaku) Ōkuma Shigenobu.

En Bogotá, Kawaguchi «trabajó en el embellecimiento del Bosque de San Diego, terreno de propiedad de Antonio Izquierdo, en donde tuvo lugar la Exposición Industrial de 1910. Al finalizar la exposición, el terreno se convirtió en el Parque de la Independencia», inaugurado el 20 de julio de 1910. Kawaguchi se dedicó a cuidar los jardines de la finca en Chapinero del entonces presidente de Colombia general Rafael Reyes Prieto (1849-1921) (en el cargo entre 1904 y 1909) y de otras casas en Bogotá siendo su trabajo reconocido como muy bueno. En los últimos años de su vida, Kawaguchi trabajó en los jardines de casas de veraneo en El Ocaso, Cundinamarca, lugar donde murió, siendo enterrado en el cementerio de esa localidad. Debido a su prestigio como jardinero, en el imaginario de la gente de la región de Bogotá y Cundinamarca, los japoneses estuvieron asociados al oficio de la jardinería.

Años después, en 1921, llegó a Bogotá Hoshino Ryōjo (en Colombia se hizo llamar Jorge Ryōjo Hoshino), quien, inicialmente, se dedicó a importar productos japoneses, sin embargo, su negoció fracasó debido a que el Gran Terremoto de Kantō de 1923 impidió el envío de mercancías desde Japón. Entonces, el señor Hoshino se reinventó como jardinero logrando alcanzar mucha fama. Desde por lo menos 1933, ya trabajaba para el Ministerio de Agricultura y Comercio en donde estuvo a cargo de una sección de arboricultura que operaba con su ayudante Marco A. Tapia (un vivero con cerca de 1.200 arbolitos y un huerto con 1.800 árboles frutales ubicados en la estación experimental “La Picota” en Cundinamarca). En 1936 fue nombrado Jefe de la Sección de fruticultura, selvicultura y producción de semillas frutales y hortícolas del Departamento de Agricultura del Ministerio de Agricultura y Comercio y, ese mismo año, fue nombrado profesor de Horticultura y Arboricultura en el Instituto Pedagógico Nacional.

El urapán (Fraxinus chinensis). Fuente: Selva Urbana.

El Sr. Hoshino se casó con Isabel Toledo y su hijo, Jorge Hoshino Toledo, de profesión arquitecto, fue encargado en 1947 de arborizar Bogotá para la IX Conferencia Panamericana de 1948 (un encuentro muy importante en la historia hemisférica ya que durante esa conferencia se creó la Organización de Estados Americanos, OEA). Para este magno evento, Jorge Hoshino Toledo hizo traer urapanes de Japón. El urapán (también llamados fresnos; su nombre científico es Fraxinus chinensis) es un árbol de rápido y vigoroso crecimiento.

Jardín de la casa de Eduardo Shaio en el barrio El Chicó de Bogotá (1957) diseñado por Jorge Hoshino Toledo con un pequeño lago y un bosque de acacia. Fuente: SEMANA

En el siglo XXI, la influencia japonesa en el paisajismo bogotano continua con el voluntariado del arquitecto japonés Kenji Yatsu quien, apoyado por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional, JICA y varias entidades bogotanas, pasó dos años (enero 2016-enero 2018) haciendo trabajos de planeación urbana y paisajismo.

Carnet como profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia (1959). Crédito: Fondo Yu Takeuchi, Archivo histórico y central de la Universidad Nacional, Sede Bogotá.

Los matemáticos japoneses en Bogotá

A Colombia también llegaron cuatro matemáticos japoneses (Takeuchi Yu, Eda Yosikazu, Hosoi Soichi y Yoshida Yoshikatsu quien, posteriormente, emigró a Venezuela) que formaron parte de una misión oficial de Japón que arribó en Bogotá en diciembre de 1959. Estos matemáticos realizaron una gran contribución al desarrollo de las matemáticas en Colombia, principalmente, mediante la labor del físico y matemático Takeuchi Yu (1927-2014). Para mayores detalles ver, Forjadores del desarrollo de las matemáticas en Colombia: Yu Takeuchi. 50 años formando matemáticos en Colombia.

Los japoneses en el Caribe colombiano

Poco a poco, en la década de 1910, otros japoneses llegaron a Colombia de forma independiente, es decir, sin ser parte de una migración dirigida, y se radicaron en la costa caribeña colombiana, en especial en Barranquilla y en un pueblo llamado Usiacurí al sur de esta ciudad. Estos inmigrantes, en su mayoría, eran hombres solteros que ya habían primero emigrado a otros países como Perú y Panamá. En Barranquilla, estos japoneses crearon bodegas o pulperías (tiendas de abarrotes), barberías y bares, mientras que otros se dedicaron al cultivo de hortalizas. Según Luz Hincapié:

En la década de 1920 Barranquilla era una ciudad cosmopolita con una de las tasas más altas de inmigrantes en todo el país y una economía en auge que podía garantizar oportunidades para los recién llegados. Barranquilla era además un puerto principal en el Caribe y un punto de llegada importante que vinculaba diversas rutas de inmigrantes en la zona. Esta red diaspórica incluía inmigrantes del Medio Oriente, Europa o Asia y que pasaban primero por Panamá y por islas caribeñas como Cuba o Curazao para luego establecerse en Barranquilla. En comparación con los sirios, libaneses, palestinos y judíos que habían llegado desde el siglo XIX y que continuaban llegando, los inmigrantes japoneses que llegaron a Barranquilla durante los años 20 y 30 del siglo XX eran pocos pero contribuyeron significativamente a la economía de la ciudad.

Mizuno Kōjirō, Adachi Toshio y Dōku Toshio en Panamá en 1915 antes de emigrar a Barranquilla. Fuente: Embajada de Japón en Colombia.

El primer japonés en llegar a la costa caribeña colombiana fue Mizuno Kōjirō, nacido en Takehara, Prefectura de Hiroshima. Vino atraído por el poder medicinal de las aguas termales de Usiacurí. Ocurre que, en 1915, el Sr. Mizuno había estado en Panamá, junto con otros paisanos japoneses, durante la construcción del Canal del Panamá y allí se había enfermado de cólera. En Colombia, el señor Mizuno formó familia con una barranquillera. Una vez establecido, Mizuno le avisó a sus parientes en Panamá y Perú quienes después también se residenciaron en Barranquilla y sus alrededores (entre ellos, Adachi Toshio, Dōku Toshio y Dōku Tokuzo). Como en Panamá había aprendido el oficio de barbero, en Usiacurí Mizuno Kōjirō abrió una barbería. 

Debido a que los japoneses que llegaron a Barranquilla era solteros y se casaron con mujeres costeñas, sus hijos

(…) fueron criados como católicos y crecieron más cercanos culturalmente a sus madres que a sus padres. De hecho, los nisei [la segunda generación o sea los hijos de los inmigrantes japoneses] en Barranquilla no se criaron hablando japonés, ni comiendo comida japonesa o bajo ninguna crianza que fuera culturalmente japonesa.

Como en Barranquilla, entre 1920 y 1930, había una gran comunidad de inmigrantes de diferentes nacionalidades,  «los japoneses se integraron a una comunidad de inmigrantes en vez de consolidarse u organizarse específicamente como una comunidad japonesa».

De acuerdo con un censo realizado en los años noventa por la seccional Atlántico de la Asociación Colombo Japonesa, en esa región hay una comunidad de cerca de 613 descendientes de japoneses. Para mayores detalles sobre la comunidad japonesa en el Caribe colombiano, ver el trabajo de Hincapié titulado, «Rutas del Pacífico: identidades diaspóricas asiáticas en el Caribe colombiano».

Mapa de parte del occidente de Colombia mostrando las ubicaciones de varios de los lugares importantes de la presencia japonesa en el Pacífico colombiano: el puerto de Buenaventura (por donde entraron), la colonia ‘El Jagual’ (departamento del Cauca, en donde se asentaron inicialmente) y la hacienda El Paraíso, eje de la trama de la novela María que los inspiró a venir, y las ciudades de Cali y Palmira (todos en el departamento del Valle del Cauca, a donde se dispersaron los miembros de El Jagual después de 1940). Fuente: Google Maps.

Los japoneses en la costa del Pacífico de Colombia

Ahora bien, la mayoría de los inmigrantes japoneses llegaron a Colombia por el Pacífico, por el puerto de Buenaventura, y se establecieron en los departamentos del Cauca (en la colonia El Jagual) y Valle del Cauca (en las ciudades de Cali y Palmira). Hacia esta parte del territorio colombiano hubo tres migraciones empresarialmente organizadas y dirigidas. «Si el Paraíso existe, está en Colombia» (Kono yo no tengoku ga arutosureba, Koronbia ijūchi wo sasu) fue el eslogan utilizado en Fukuoka en 1929 para atraer candidatos para el plan de inmigración hacia el Cauca.

Portada de la traducción de «María» al japonés (1998). La primera traducción completa de «María», realizada por A. Hori, fue patrocinada por la Asociación Colombo-Japonesa. Fuente: Amazon

El detalle curioso e interesante a destacar de esta emigración organizada es que la motivación inicial para emigrar hacia el Valle del Cauca estuvo inspirada por una obra cumbre del romanticismo latinoamericano: la novela «María» de Jorge Isaacs (1837-1895) la cual fue  publicada en 1867 y está ambientada en la Hacienda El Paraíso, en el municipio de El Cerrito, del departamento del Valle del Cauca.

Casa de la Hacienda Paraíso y foto de Jorge Isaacs. Más fotos aquí. Fuente: Revista Semana.

La influencia de «María» en la inmigración japonesa en Colombia

¿Cómo se explica la influencia de la novela «María» en la inmigración japonesa al Valle del Cauca? Para ello, en primer lugar, hay que entender la relación de los japoneses con la naturaleza y, en segundo lugar, hay que ver cómo Jorge Isaacs describe la naturaleza y los paisajes que rodean a los personajes en su novela «María».

Si bien existen motivaciones religiosas derivadas de la religión Shinto, en el archipiélago japonés se da un hecho incontestable, como lo asevera Edwin O. Reischauer, en The Japanese Today: Change and Continuity (1988), cualquier lugar en Japón no está más lejos de 70 millas (aproximadamente 113 km) del mar y el país es muy montañoso, con abundante lluvia y bosques, y las verdes montañas siempre están a la vista, y, por ello, es lógico que exista en los japoneses una conciencia por las bellezas del mundo natural.

Una de las características de la cultura japonesa es la relación estrecha y armoniosa que existe entre el hombre y la naturaleza. Hay una gran apreciación por la naturaleza que se refleja en la estética, la poesía, el arte y las tradiciones niponas (como el arte de la jardinería, el arte de arreglo de flores —Ikebana—, y el arte del bonsai). Por ejemplo, en Japón hay importantes festivales dedicados a celebrar las bellezas de la naturaleza (como la observación de los cerezos en flor —Sakura—, la luna —Tsukimi— , la nieve). Esta actitud japonesa hacia la naturaleza se puede describir como el “hombre en armonía con la naturaleza”.

Sin duda, en Japón existe un amor tradicional por el mundo natural. Muchas de las montañas japonesas son sagradas y son tanto objeto de culto religioso como lugares de práctica religiosa. La mayoría de las montañas altas en el archipiélago nipón tienen sus propios santuarios y durante el verano miles de peregrinos suben las cumbres en difíciles ascensos y travesías para llegar hasta ellos. Antes de la Restauración Meiji (1868) cada santuario Shinto en las montañas tenía su propio templo budista. El culto o adoración a las montañas en Japón, aunque está influenciado por el budismo tántrico y el sincretismo religioso Shugendō (修験道)— una forma de religión popular japonesa basado en el culto a las montañas —, preserva muchas características del antiguo chamanismo del periodo prehistórico de Japón.

En relación a la descripción de los paisajes en la novela de Jorge Isaacs, para Enrique Naranjo, antiguo cónsul de Colombia en la ciudad de Boston, EE. UU., el paisaje en «María» es «tan real, que yo, nativo del Valle del Cauca, no me he atrevido a releer la novela para no sentirme triste homesick en esta larga ausencia». A continuación, citaremos un pequeño extracto de «María» en donde se describe a la naturaleza vívidamente:

Era ya la última jornada del viaje, y yo gozaba de la más perfumada mañana de verano. El cielo tenía un tinte azul pálido: hacia el oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún, vagaban algunas nubecillas de oro, como las gasas del turbante de una bailarina esparcidas por un aliento amoroso. Hacia el sur flotaban las nieblas que durante la noche habían embozado los montes lejanos. Cruzaba planicies de verdes gramales, regadas por riachuelos cuyos pasos me obstruían hermosas vacadas, que abandonaban sus sesteaderos para internarse en las lagunas o en sendas abovedadas por florecidos písamos e higuerones frondosos (…) Estaba mudo ante tanta belleza cuyo recuerdo había creído conservar en la memoria (p. 4).

(…)

Levantéme al día siguiente cuando amanecía. Los resplandores que delineaban hacia el Oriente las cúspides de la cordillera central, doraban en semicírculo sobre ella algunas nubes ligeras que se desataban las unas de las otras para alejarse y desaparecer. Las verdes pampas y selvas del valle se veían como al través de un vidrio azulado, y en medio de ellas, algunas cabañas blancas, humaredas de los montes recién quemados elevándose en espiral, y alguna vez las revueltas de un río. La cordillera de Occidente, con sus pliegues y senos, semejaba mantos de terciopelo azul oscuro suspendidos de sus centros por manos de genios velados por las nieblas. Al frente de mi ventana, los rosales y los follajes de los árboles del huerto parecían temer las primeras brisas que vendrían a derramar el rocío que brillaba en sus hojas y flores (…) y saltando el vallado de piedra, cogí el camino de la montaña. Al internarme, la hallé fresca y temblorosa bajo las caricias de las últimas auras de la noche. Las garzas abandonaban sus dormideros, formando en su vuelo líneas ondulantes que plateaba el sol, como cintas abandonadas al capricho del viento. Bandadas numerosas de loros se levantaban de los guaduales [planta de la familia del bambú, Guadua angustifolia] para dirigirse a los maizales vecinos; y el diostedé[tucán] saludaba al día con su canto triste y monótono desde el corazón de la sierra.

Bajé a la vega montuosa del río por el mismo sendero por donde lo había hecho tantas veces seis años antes. El trueno de su raudal se iba aumentando y, poco después descubrí las corrientes, impetuosas al precipitarse en los saltos, convertidas en espumas hervidoras en ellos, cristalinas y tersas en los remansos, rodando siempre sobre un lecho de peñascos afelpados de musgos, orlados en la ribera por iracales, helechos y cañas de amarillos tallos, plumajes sedosos y semilleros de color de púrpura (pp. 14-15).

Para el crítico literario Ernesto Posada Delgado, Jorge Isaacs es como un consumado paisajista, un artista, al estilo de los pintores franceses Jean-Antoine Watteau o Jean-François Millet, que describe «amaneceres que producen alegría y optimismo y atardeceres saturados de melancolía» y donde los personajes  «se relacionan íntimamente con el paisaje, al que embellecen y de quien reciben belleza en un maravilloso y sutil intercambio de afectos y sentimientos empleados magistralmente por Isaacs para que la belleza de la naturaleza, al cabo, amplíe, para hacérnoslos más notorios, los sentimientos y afectos de los seres que aman, que gozan y que sufren mientras desfilan lentamente por las páginas de la novela».

En las descripciones de la naturaleza, dice Ernesto Posada, Jorge Isaacs «pone ante nuestros ojos una belleza tranquila, apacible, casi invariablemente saturada de tristeza, que deleita por lo que tiene de hermosa y conmueve hondamente alegrándonos a veces, entristeciéndonos en ocasiones, pero nunca aterrándonos». En «María» refulgen «esos soles que se hunden en la lejanía, arrebujados en nubes color de sangre que armoniza con el azul de las montañas; esas escenas tan breves como expresivas, casi siempre mudas, que se desarrollan a las moribundas luces de los atardeceres, cuando los objetos, envueltos en la creciente penumbra que precede a la noche, comienzan a perder la realidad de sus contornos…».

Por otra parte, para el historiador colombiano del Caribe Alfonso Múnera, en «María de Jorge Isaacs: la otra geografía», en la  novela de Isaacs «hay intuiciones poderosas que nos hablan de un país que se funda en el siglo XIX, que es menos andino de lo que se ha supuesto, y más caribeño de lo que se ha imaginado hasta ahora».

Para Múnera la novela también muestra las relaciones del Valle del Cauca con el Caribe. Para empezar, la heroína de la novela, María, nace en Jamaica, en Montego Bay, un pequeño pueblo marinero de la costa norte de Jamaica, en el seno de una familia judía, y Jorge Isaacs describe con exactitud en el detalle del viaje de Jamaica que trae a la heroína a vivir a la Hacienda El Paraíso, en una ruta que sale de Jamaica, pasa por Panamá, hasta llegar al Valle del Cauca. En segundo lugar, la novela muestra el comercio y contrabando que llegaba a la región del Valle del Cauca vía el río Atrato, el tercer río más navegable de Colombia.  

Mapa mostrando el puerto de Turbo y el río Atrato. Fuente: Wikipedia

 

Mapa mostrando a Turbo, Buenaventura, Cali, Palmira y Bogotá. Fuente: Google Maps.

En otras palabras, existía comercio caribeño en la costa pacífica de Colombia desde Jamaica y Panamá, vía Turbo y el río Atrato. Múnera cita un párrafo de «María»:

Introducíanse por el Atrato la mayor parte de las mercancías extranjeras que se consumían en el Cauca, y naturalmente las destinadas a expenderse en el Chocó. Los mercados de Kingston y de Cartagena eran los más frecuentados por los comerciantes importadores: Existía en Turbo una bodega [p. 127].

Pinar del Río, en Cuba. Fuente: GoCuba.ca

Múnera también alude a los paisajes del Valle de Cauca como parecidos a las vistas de Blue Mountains en Kingston, Jamaica o los paisajes de Pinar del Río en Cuba. En «María», dice este autor, «el Cauca se parece tanto a Cuba y está tan cerca de Jamaica, que a uno se le olvida que se trata de un valle del interior de Colombia».

Vista la relación de los japoneses con la naturaleza y las descripciones de los paisajes que hay en «María», un paisaje siempre verde y suave, no es de extrañar que esta novela con sus descripciones de paisajes naturales parecidos a los de algunas islas caribeñas tuvieran un poder cautivador en el joven estudiante japonés de idioma español Takeshima Yūzō (竹島雄三, 1899-1970).

 

 

Valle del Cauca y el río Cauca. Fuente: Emaze

 

Otro aspecto del Valle del Cauca. Fuente: En Colombia

En 1922, cuando estudiaba en la Escuela de Lenguas Extranjeras de Tokio ( 東京外国語学校), que, hoy en día, es la Universidad de Lenguas Extranjeras de Tokio (東京外国語大学), Takeshima se encontró con la novela «María» y, emocionado al leerla, comenzó a traducir partes de «María» al japonés y a publicarla por partes en la revista «Nueva Juventud» (新青年, Shin Seinen, 1920-1950). 

A título ilustrativo, mostramos dos portadas de la revista Shin Seinen correspondiente a números de 1928 (izq.) y 1937 (der.). Estas dos portadas, sin embargo,  no se corresponden con los números en donde se supone se publicó la traducción de «María»;  en nuestras búsquedas en línea no pudimos encontrar los números en donde fue publicada  (en esto no hemos sido los únicos, en la tesis doctoral de Inés Sanmiguel-Camargo — ver más abajo—, la autora refiere que no existe evidencia de la traducción de la novela por Takeshima y añade que ella buscó en los números de la revista y no encontró nada, asimismo, señala que está consciente de que dos inmigrantes japoneses han asegurado que leyeron la traducción de «María» en la revista Nueva Juventud).

Aunque uno que otro joven japonés vino al Valle del Cauca por su propia cuenta buscando aventuras y oportunidades sin tener noticias de «María», como Tamura Koichi quien primero emigró a Perú y Panamá y, luego, se estableció en Cali en donde abrió un hotel, hubo un pequeño grupo de jóvenes japoneses, también buscando aventuras, que vino al Valle del Cauca con ganas de conocer y admirar aquellos paisajes que habían leído en «María».

Ocurre que por la misma época en la que se publicaba la traducción en serie de la novela, había cuatro jóvenes japoneses que estudiaban por la noche en la Escuela Colonial de Ultramar (海外植民学校) y al leer la traducción de «María» se emocionaron con la descripción de los paisajes del Valle del Cauca y decidieron viajar a Colombia. Estos jóvenes eran Shima Kiyoshi (18 años), Nakamura Akira (19 años), Nishikuni Tokuji (19 años) y Matsuo Tarō (23 años) (た島清、 中村明、西国徳次、松尾太郎) quienes se conformaron en un grupo con el nombre de «Yuhikai de América del Sur» (南米雄飛会) y, en 1923, viajaron a Colombia como aprendices agrícolas para trabajar en la siembra, cosecha y procesamiento de la caña de azúcar en el ingenio azucarero «La Manuelita», en las cercanías de Palmira y «[t]ambién gracias al apoyo que recibieron del entonces director de la Secretaría de Agricultura e Industria del departamento del Valle del Cauca, Ciro Molina Garcés, consiguieron colocarse en otras haciendas como mecánicos y tractoristas y en la Estación Agrícola y Experimental de Palmira» (Sanmiguel, 2006). Un año después, estos jóvenes presentaron al gobierno japonés (al Ministerio de Asuntos Coloniales, 拓務省Takumushō) un reporte de sus actividades en Colombia. Entonces, en 1925, el Ministerio de Asuntos Coloniales comisionó un estudio sobre Colombia.

Nakamura Akira, que en Colombia adoptó el nombre de Adolfo, rememora:

Nací en febrero de 1904 en Azabu, Tokio. Después de cursar la primaria en la escuela de Sendagaya y secundaria en el colegio de Akasaka, ingresé a la escuela de Colonización de Ultramar con la ilusión de emigrar a Suramérica, puesto que era el último de siete hermanos.

En ese tiempo leí María, de Jorge lsaacs, traducida por el señor Takeshima en la revista Nueva Juventud, y me cautivó Colombia, especialmente el Valle del Cauca …

Mientras que sobre Shima Kiyoshi, quien adoptó el nombre de Samuel, se rememora lo siguiente:

El señor Shima estudió en la escuela de Colonización de Ultramar en cursos nocturnos por dos años (…) Cuando se publicó la obra colombiana María traducida por el señor Yuso Takeshima en la revista Nueva Juventud, se emocionó vivamente (…).

En el mes de mayo de 1923, antes del famoso terremoto que azotó la región de Kanto, zarparon cuatro jóvenes del puerto de Yokohama. Para conseguir que les rebajaran la mitad del valor del pasaje marítimo, se ofrecieron como grumetes y al cabo de cuarenta días arribaron al pueblo de Buenaventura con grandes ambiciones.

(Estas remembranzas están recogidas en el libro «Los pasos de 50 años» según lo cita Germán Patiño en  El influjo de María. Relato sobre la inmigración japonesa y el desarrollo del capitalismo en la agricultura del Valle del Cauca).

Por otra parte, después de su graduación, Takeshima Yūzō entró a trabajar en la empresa de emigración Overseas Kogyo Co., Ltd. — empresa establecida 1917 que en español se llama Compañía de Emigración de Ultramar y en japonés Kaigai Kōgyō Kabushiki Kaisha, KKKK, 海外興業会社 — y, en 1926, junto con el agrónomo Makishima Tokuhisa (巻島得寿) se trasladó a Colombia en un viaje exploratorio para levantar la información necesaria para el estudio comisionado que duró desde el 21 de julio al 18 de septiembre de 1926. Durante el viaje fueron acompañados por el cónsul japonés en Panamá, Wakabayashi Takahiko, la comisión visitó Bogotá y algunas localidades de la Sabana de Bogotá, el Valle del Cauca, áreas del río Magdalena, Medellín, Barranquilla y Santa Marta. Hay que señalar que Takeshima además de español hablaba portugués y antes de ir a Colombia, había sido enviado por KKKK a Brasil en donde estuvo varios años.

Las investigaciones de campo de Takeshima y Makishima determinaron que la mejor localidad para la emigración nipona eran las planicies del Valle del Cauca y, en 1928, Japón y Colombia realizaron un acuerdo para que la compañía japonesa de inmigración KKKK adquiriera una propiedad en el Departamento del Cauca, cerca de Corinto, para desarrollar una colonia agrícola llamada El Jagual (en japonés esta colonia se llama Haguaru-mura, ハグアル村). 

Una postal del barco Rakuyo Maru.

Este proyecto de inmigración estuvo dirigido por Takeshima quien se convirtió en el líder comunitario del grupo de inmigrantes y junto a él estuvo el señor Shima Kiyoshi y entre los dos prepararon «el terreno para recibir a los colonos del Rakuyo Maru». Ambos trabajaron para KKKK hasta 1935 (cuando llegó el tercer grupo de emigrantes).

Y así, el 16 de noviembre de 1929, cinco familias japonesas (25 personas; 3 familias de Fukuoka, una de Fukushima y otra de Yamaguchi) viajaron a Colombia a bordo del barco Rakuyo Maru para trabajar en 96 hectáreas de las 128 hectáreas que Takeshima había comprado, a cinco kilómetros sureste de Corinto, para desarrollar la Colonia El Jagual, cuyos terrenos fueron divididos entre los inmigrantes; cada familia recibió cerca de 7 hectáreas (las otras 32 hectáreas fueron una compra personal que Takeshima, seis años después, las vendió a la Sociedad Cooperativa de Ultramar de la Prefectura de Fukuoka, ver  más abajo) .

Al año siguiente, zarpando de Yokohama, el 14 de marzo, y llegando a Buenaventura, el 20 de abril, en el mismo barco, vinieron para El Jagual el segundo grupo de inmigrantes conformado por otras cinco familias (33 personas), todas de Fukuoka. La razón para la alta presencia de familias de Fukuoka es porque El Jagual fue una actividad conjunta de KKKK con una sociedad para la emigración de Fukuoka (福岡県海外移住組合, Fukuoka Ken Kaigai Ijū Kumiai, o Sociedad Cooperativa de Ultramar de la Prefectura de Fukuoka). Takeshima llegó a actuar como representante legal de esta sociedad en Colombia. 

 

Foto de placa conmemorativa del primer grupo de inmigrantes. Fuente: Courrier.jp

 

Postal del Heiyo Maru.

Posteriormente, el 26 de octubre de 1935, en el barco Heiyo Maru, llegaron a Buenaventura  otras diez familias (ese es el número oficial pero en realidad fueron 14 familias) con 101 personas, para un total de 159 inmigrantes. Para este tercer grupo, de parte de la Sociedad Cooperativa de Ultramar de la Prefectura de Fukuoka,  Takeshima compró 102 hectáreas adicionales. Muchas de las familias de esta inmigración en tres oleadas estaban conformadas por parejas jóvenes recién casadas.

Grupo de los inmigrantes japoneses de la colonia hacia los años cincuenta. El Sr. Takeshima al centro (según lo señala Germán Patiño un tanto ambiguamente. Contando desde la izquierda, pensamos que puede ser la segunda persona sentada en la primera fila). Fuente: Álbum de la Asociación Japonesa de Cali.

 

Existe un busto del Sr. Takeshima cuya foto aparece en un artículo en japonés, y sobre esa foto hemos superpuesto la foto de nuestra identificación del Sr. Takeshima.

 

Terrenos de la antigua colonia El Jagual tal como lucen hoy en día. Fuente: Courrier.jp

Si el alma de la inmigración nipona al Valle del Cauca son los paisajes de la novela «María» descritos magistralmente por Jorge Isaacs, el cuerpo material principal fue el Sr. Takeshima quien:

Dirigió la organización de la colonia del Jagual y consiguió las tierras para las siguientes inmigraciones. Fue una mezcla de poeta, organizador, inventor y director de industrias. En 1937 sabemos de él compitiendo en natación en el Club Campestre de Cali. En 1941 figura en un aviso de prensa promoviendo un sahumerio matazancudos, llamado Katol, desde la calle 12, frente a las Galerías, en Cali. Fue fundador de la empresa Cerámica del Valle, que se instaló en mayo de 1963, donde pudo dar rienda suelta a su vocación de empresario y artista. Trajo la técnica de Nihon Toki para producir cerámica de primera calidad en escala industrial (…)

No se limitó a venirse al país que lo atrajo, sino que, al traducir María, encantó a una generación de jóvenes japoneses, que llegarían aquí y, paradójicamente, serían actores principales en la transformación radical del paisaje que los había seducido [cita tomada de Germán Patiño]. 

Mapa de Kyushu mostrando la ubicación de la prefectura de Fukuoka. Fuente: Google maps.

 

Cultivo de arroz en terrazas en Fukuoka, Tsuzura. Sobre el cultivo del arroz en Japón ver Rice Farming in Japan. Fuente: Wikipedia

 

Inmigrantes japoneses trabajando el campo. Fuente: Artículo Influjo de María de Germán Patiño

Como ya se explicó, la mayoría de los inmigrantes provenían de la prefectura de Fukuoka, en la isla de Kyushu. En las montañas de Kyushu, conocidas por sus terrazas sembradas de arroz, la cotidianidad eran el trabajo del campo y las labores agrícolas. Los inmigrantes japoneses que llegaron por Buenaventura «aparte del interés y el conocimiento que tenían sobre agricultura, traían consigo el amor por el trabajo duro y un aprecio especial por la belleza natural». Los versos que citamos al inicio de este ensayo, los pueden describir perfectamente.

Como amo las flores, me levanto temprano;
Como amo la Luna, me retiro tarde
惜花春起早、愛月夜寝遅

Sin embargo, no fue arroz lo que mejor se dio en El Jagual sino el fríjol y la soya. Los inmigrantes pasaron trabajo no solo porque las tierras de El Jagual no eran de las mejores de la zona sino porque además no tenían los insumos para su dieta japonesa: «no tenían algas, ni pescado, ni brotes de bambú». En el artículo «Memorias del desembarco», Catalina Villa entrevista a la investigadora Inés Sanmiguel, doctorada por el Department of East Asian Studies, University of Durham (1999), quien ha estudiado la inmigración japonesa en Colombia y es autora del libro En pos de el dorado. Inmigración japonesa a Colombia (Fondo de Cultura Económica, 2018). En la entrevista Sanmiguel explica cómo se vivía un día en la colonia El Jagual:

Empezaba antes del amanecer y su soporte era la fortaleza de la mujer de la casa, quien además de preparar todo para que los hombres se fueran al campo a cultivar la tierra, tenía que encargarse de los hijos pequeños, de los animales de la granja, recoger agua del pozo, preparar los alimentos y, una vez terminado el almuerzo, unirse al resto de la familia para trabajar en el campo. Si la mujer no era cooperadora y fuerte, la familia no podría tener éxito como inmigrante. Los primeros colonos tuvieron que trabajar siete días a la semana. Solo con el tiempo empezaron a descansar en las tardes del domingo. Para el segundo grupo, que llegó un año después, en 1930, y para el tercero, en 1935, la situación fue menos dura. También hay que decir que muchos abandonaron la zona porque la calidad de la tierra no aguantaba más de tres cosechas continuas, y se trasladaron al Valle, particularmente a Palmira, Florida, Miranda y Obando. A finales de la década de los cuarenta, la mayoría de emigrantes se había convertido en arrendataria de tierras. Con el tiempo fueron reconocidos como grandes cultivadores de fríjol, maíz, soya, millo, algodón, vegetales, flores y caña.

Una familia de inmigrantes y su primer tractor. Notar las cabañas de paja al fondo. Fuente: Influjo de María de Germán Patiño.

Para 1938, la colonia japonesa ya poseía veinticinco tractores y constituía el más avanzado núcleo de producción agraria no sólo del Valle del Cauca sino de toda Colombia. Fuente: El Tiempo (de Colombia).

Los inmigrantes japoneses fueron  pioneros de la producción cerealera en el Valle del Cauca. Para Juliana Andrea Jara, en «La inmigración japonesa al Valle del Cauca», los inmigrantes japoneses al «[h]aber alcanzado autonomía y solvencia económica por medio del rigor y la disciplina que los caracterizó durante los primeros años que habitaron en El Jagual, los llevó a dejar un legado muy valioso en el departamento[del Valle del Cauca]. Al haber fomentado la agricultura y su mecanización contribuyeron a un mejoramiento en los procesos de producción, así como al crear nuevas industrias, contribuyeron a crear nuevos empleos y al desarrollo económico del departamento». Para ella, el legado de la inmigración nipona fue la mecanización de la agricultura pionera en Colombia; la organización Sociedad de Agricultores Japoneses (fundada en Palmira en 1951 y la cual, hacia 1963, cuando «el carácter agrícola se estaba perdiendo por la incursión de la colonia en nuevos negocios como el de las cerámicas», cambió de nombre para llamarse Sociedad Colombo-Japonesa); y la organización de carácter social Hiraki-En, fundada por esta colonia en 1968 para la enseñanza del idioma japonés y la cultura y tradiciones niponas.

La siguiente generación: Los hijos de los inmigrantes japoneses en la escuela hacia 1968 en Hiraki-En. Hoy en día, la institución ubicada en El Bolo (Valle), persiste y además de enseñar el idioma japonés ofrece cursos de arreglo de plantas, flores, origami, y cocina japonesa. Fuente: Arcadia. Cortesía de (Isabel) Yoko Yabe, foto de fotógrafo desconocido.

En este narrativa sobre la presencia nipona en el Cauca y el Valle del Cauca hemos dejado muchos detalles por fuera como los subsidios a los inmigrantes durante el viaje inicial, el subsidio que la colonia empezó a recibir del gobierno japonés y detalles sobre el confinamiento de los japoneses durante la segunda guerra mundial, entre otros. A fines del siglo XX, Sanmiguel-Camargo (1999) estimó en 2.500 el número de colombianos con orígenes japoneses.

Para saber más sobre la inmigración japonesa en Colombia por el Pacífico, véase «La inmigración japonesa al Valle del Cauca» y «El influjo de María. Relato sobre la inmigración japonesa y el desarrollo del capitalismo en la agricultura del Valle del Cauca». Para más detalles sobre la inmigración japonesa en Colombia, consultar la tesis doctoral de Inés Sanmiguel-Camargo, «Japanese immigration to Colombia: the quest for Eldorado?» y su artículo Japoneses en Colombia. Historia de inmigración, sus descendientes en Japón, (Revista de Estudios Sociales, 2006).

Ahora, nos vamos a visitar otra isla caribeña: Santo Domingo.

Monumento a la inmigración nipona en la República Dominicana.

REPÚBLICA DOMINICANA,

«UN PARAISO» EN EL CARIBE ⁵ 

カリブ海の「楽園」(Karibukai no “Rakuen”)

La emigración de japoneses a República Dominicana comenzó en el año 1956 y tiene una característica especial: es la única inmigración de japoneses en el área del Caribe que fue organizada directamente por el gobierno japonés para llevar agricultores japoneses como colonos.  Por otra parte, la inmigración nipona a este país fue mayor que hacia otras partes del Caribe (excepto por México que en este ensayo, por razones históricas en relación con la inmigración japonesa, ha sido considerado como parte del área caribeña). 

Partida hacia el Caribe dominicano

Foto de una parte del grupo que inició la emigración japonesa a la República Dominicana posando cerca del edificio para migraciones en Yokohama, el 2 de junio de 1956. Los futuros emigrantes estaban en ese lugar recibiendo entrenamiento para emigrar. Fuente: La foto es de Yamamoto Fukutsuchi  y fue extraída del trabajo de Horst y Asagiri (2000).

El 26 de julio de 1956, a bordo del barco Brazil Maru, arribaron los primeros inmigrantes japoneses a República Dominicana. Entre 1956 y 1960, llegaron 1.319 japoneses a República Dominicana (conformado por 249 familias; para un promedio de 5 miembros por familia) en cuatro oleadas: 1956 (414); 1957 (362); 1958 (420); y 1959 (123). 

Arribo de japoneses en cuatro oleadas clasificados por año y mes de llegada. Fuente: Horst y Asagiri, 2000.

Razones para emigrar de Japón durante la posguerra

Ya hemos visto que desde el siglo XIX las presiones demográficas y económicas impulsaron a los japoneses a emigrar y que, en muchas ocasiones, está emigración estuvo auspiciada por el mismo gobierno japonés y llevada a cabo por compañías de emigración. Ahora bien, la emigración nipona a República Dominicana ocurrió durante la época de la posguerra. En esa época, el pensamiento económico japonés propugnaba que la sobrepoblación era una de las limitaciones principales del capitalismo japonés (este pensamiento económico estaba influido por criterios económicos estadounidenses — el pensamiento económico Keynesiano que suponía que la sobrepoblación era la causa de la pobreza y una barrera para el desarrollo económico; aquí debemos recordar que las fuerzas de ocupación estuvieron en Japón desde agosto de 1945 hasta abril de 1952 trabajando en la transformación de Japón de un país militarista a uno pacífico y democrático). Sin embargo, por razones políticas y militares, durante la ocupación aliada la emigración de japoneses estuvo prohibida.

En 1948, el Comité de Planificación de Recuperación Económica de Japón estimó que el país iba pronto a tener 80 millones de habitantes  y, dado que Japón era un país pequeño, con poca tierra cultivable, se consideró a la sobrepoblación (jinkō kajō人口過剰) como uno de los principales problemas de Japón. Después del fin de la ocupación Aliada, la solución a este problema demográfico fue la emigración, en particular, hacia América Latina.

En relación a la sobrepoblación, hay que recordar que al ser derrotados en la guerra, Japón perdió sus colonias en China (Manchuria), Corea y Taiwán y todos los japoneses civiles que vivían en esas colonias tuvieron que regresar a Japón y a ellos se le sumaron todos los soldados que estaban en las zonas de combate en Asia y que regresaban a  sus hogares en el archipiélago japonés. Como resultado, en poco tiempo, la población de un Japón destruido por la guerra y con la economía en ruinas, aumentó considerablemente de forma que durante la posguerra había miles de personas desposeídas merodeando por todas partes y aunque, durante los años cincuenta,  la situación de pobreza mejoró considerablemente en todo Japón, aunque los problemas persistieron en algunas zonas rurales como Kagoshima, Fukushima, Kochi y Yamaguchi.

La emigración nipona fue además considerada como una solución a otro problema: la mala imagen de Japón durante la posguerra.  Antes y durante la guerra, Japón había puesto en práctica políticas nacionalistas e imperialistas, sin embargo, ahora el país buscaba presentarse ante las naciones del mundo como una nación pacífica que deseaba contribuir al desarrollo de las naciones menos desarrolladas y, entonces, presentaron la emigración de japoneses hacia naciones menos desarrolladas, como los países de América Latina y del Caribe, y hacia las zonas más difíciles y hostiles de estos países como un aporte de la nación nipona al mundo.

Necesidad de inmigrantes en la República Dominicana

Ahora debemos responder la siguiente pregunta: ¿Por qué República Dominicana requería inmigrantes para desarrollar colonias agrícolas?

Mapa físico de República Dominicana. Fuente: Mapa Mundi Online

 

Colonias japonesas en República Dominicana. Fuente: Discovery Nikkei

John P. Augelli (1963) da una respuesta: «La motivación más antigua y más persistente para el establecimiento de las colonias, viene del miedo tradicional a la población creciente de Haití y a la necesidad de defender las fronteras poco pobladas contra la infiltración haitiana». Este miedo estaba basado en antecedentes históricos que aquí no podemos describir y en el mero hecho que la población de Haití, históricamente, ha sido muy superior a la población de República Dominicana (aunque, hoy en día, la población de ambos países es similar, en el pasado la población haitiana eran más del doble que la dominicana; en 1887, por ejemplo, Haití tenía 960 mil habitantes y República Dominicana 458 mil habitantes).

En República Dominicana, las colonias agrícolas de extranjeros comenzaron en 1938 con la fundación de la colonia de Sosúa con refugiados judíos que llegaron de Alemania y otros países centroeuropeos. Para 1930, existían 9 colonias agrícolas (de dominicanos), pero, para 1959, ya había 67 colonias agrícolas tanto nacionales (constituídas sólo por dominicanos), como extranjeras (españoles, húngaros y japoneses) y algunas mixtas (dominicanos y extranjeros). Según Augelli, para finales de 1958, había más de 1.200 españoles, 103 húngaros, 1.183 japoneses y algunos de los hebreos que quedaban todavía en la colonia de Sosúa. Naturalmente, muchas de estas colonias estaban en la frontera con Haití.

Niños japoneses en la colonia La Vigía, cerca de Dajabón, en la frontera con Haití. Fuente: John P. Augelli en La Colonización Agrícola en la República Dominicana.

Escribiendo en 1963, John P. Augelli juzgó a los treinta años del programa de colonización agrícola dominicano como muy exitoso. Pero, hoy en día, sabemos que la parte del programa de colonización agrícola correspondiente a la inmigración japonesa fue un fracaso como proyecto de colonización ya que muchos de los inmigrantes japoneses terminaron residenciados en otros países de América Latina o se regresaron a Japón.

Sin embargo, los japoneses que se quedaron en la isla han contribuido con el desarrollo de la sociedad dominicana de diversas formas. Por otra parte, existe un aspecto legal interesante: Los japoneses que se quedaron y sus descendientes demandaron en Japón al gobierno nipón por las penurias causadas a las familias debido a la pobre planificación de la inmigración a República Dominicana.

Hubo ocho colonias establecidas específicamente para los inmigrantes japoneses en las ciudades dominicanas de La Vigía (en Dajabón), Pepillo Salcedo (en Manzanillo), La Altagracia, Agua Negra, La Colonia, Plaza Cacique (cerca de Neiba), Jarabacoa y Constanza, estas dos últimas ubicadas en la zona montañosa de La Vega en las planicies altas de la Cordillera Central. Seis de estas colonias estaban ubicadas a lo largo de la frontera dominico-haitiana y una de las colonias (Pepillo Salcedo) era una colonia pesquera.

Un colono japonés con su hija en la colonia de Jarabacoa regando semillas de repollo. Fuente: Tomado del trabajo de Horst y Asagiri (2000).

 

Un tractor importado de Japón en Jarabacoa. Fuente: Japanese Overseas Migration Museum, JICA, Yokohama.

El paraíso prometido

A los inmigrantes japoneses les dijeron que iban hacia una tierra paradisíaca, no en el sentido turístico de bellas y hermosas playas, sino de tierras fértiles y esplendorosas. Según relata Pérez Hazel (2016):

La invitación incluía obsequios de tierra, infraestructura y estipendios mensuales a cambio de asentamientos permanentes y agricultura en colonias (colonias agrícolas). El gobierno japonés anunció la República Dominicana como “paraíso” y seleccionó a mano una fracción de familias calificadas entre cientos de aspirantes aspirantes. La imagen del paraíso prometida a los inmigrantes japoneses se centró en las ganancias de las ricas tierras fértiles y las tierras de cultivo florecientes, en lugar del ideal turístico de las playas de agua azul y las piñas coladas. El gobierno japonés anunció la invitación de la República Dominicana como un paraíso agrícola donde cada familia recibiría 300 tareas de tierra fértil [1 tarea = 628,86 m2]   (equivalente a 47,1 acres) y 60 centavos por día para las comidas [en 1956, un peso dominicano era equivalente a un dólar estadounidense], un boleto de oro para muchos de los agricultores pobres y sin tierra que solicitaron inmigrar.

Esta invitación se hizo después de que los expertos y funcionarios de Japón visitaron la República Dominicana para evaluar las características y condiciones de los lugares en donde se iban a establecer las colonias y, luego, que entre los dos países acordaron los aportes que haría el gobierno dominicano. Además de las 300 tareas de tierra y los 60 centavos por día para cada miembro de la familia, el gobierno dominicano tenía la obligación de proporcionar una casa amueblada y la exoneración de impuestos a los artículos que los inmigrantes trajeron de Japón.

Las colonias de inmigrantes japoneses más exitosas en República Dominicana estuvieron en Jarabacoa y Constanza, ambas localidades a pocos kilómetros de distancia ubicadas en una zona montañosa en las planicies altas de la Cordillera Central (aproximadamente a 529 m sobre el nivel del mar), debido a que las tierras en donde estaban las colonias agrícolas eran más fértiles y tenían un clima de montaña más agradable similar al que existe en algunas partes de Japón (ver video sobre la familia Waki en Constanza en donde se puede apreciar el paisaje de esa localidad y donde aparece entrevistada la Sra. Waki Choko).

En la foto se muestra a Kokubun Yoshimi  y su viñedo en junio de 1991 en La Vigía. Fuente: Foto de Oscar Horst tomada de Horst y Asagiri (2000).

Excepto por la colonia pesquera de Pepillo Salcedo, la horticultura, es decir el cultivo de vegetales, fue la actividad común de todas las colonias japonesas. Los inmigrantes sembraron una gran variedad de vegetales, incluyendo cacahuate, arroz, maíz y batatas; además de frutas y tabaco, y, posteriormente, flores y hasta viñedos. Esto, sin embargo, fue un problema ya que los dominicanos no estaban acostumbrados a comer vegetales que era lo que cultivaban los colonos. Antes de la llegada de los japoneses, los campesinos dominicanos no cultivaban vegetales solo cultivaban papas, fríjoles y yuca (también llamada casava o mandioca; nombre científico Manihot esculenta) y especias para su propio consumo.

La producción de los inmigrantes nipones de papa, tomate, remolacha, zanahoria, repollo, lechuga, cebollas, ajo, fresas y, más recientemente, espárragos, revolucionó la calidad y disponibilidad de estos productos agrícolas en el mercado dominicano. Hoy en día, esta producción agrícola viene de las áreas de Cibao central, las planicies de Azua, las áreas vecinas a la ciudad de Santo Domingo y las planicies de Jarabacoa y Constanza y, en ningún caso, de las áreas de pobre desempeño agrícola que originalmente les fueron asignadas a los colonos japoneses a su llegada a la República Dominicana.

El desengaño o la cruda realidad encontrada

Ahora bien, la mayoría de las tierras que recibieron los japoneses estaban en zonas áridas y con poca disponibilidad de agua y, además, los colonos recibieron menos tierra de las 300 tareas prometidas. De forma que, incluso aquellos colonos que estaban en la zona más fértil (Constanza y Jarabacoa), tenían motivos para quejarse. Por otra parte, la colonia pesquera, como veremos dentro de poco tampoco, fue un fracaso. Otros problemas con el que se encontraron los colonos no estaban relacionados directamente con la calidad de la tierra, sino que derivan de la pobre infraestructura que tenían a su disposición: servicios médicos inadecuados, falta de un buen sistema educativo y un suministro deficiente de agua y electricidad.

Acción colectiva, demandando en Tokio

Como ya se señaló los inmigrantes japoneses no consiguieron el edén prometido. Las extensiones de tierra que les dieron para trabajar fueron menores a las prometidas y estas estaban ubicadas en zonas áridas y con poca disponibilidad de agua para regar. Además, los inmigrantes japoneses estuvieron sometidos a los vaivenes de la política dominicana (recordar, por ejemplo, que el General Trujillo estuvo involucrado en un intento de asesinato del Presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, en junio 1960, razón por la cual la República Dominicana fue sancionada por la OEA y los países miembros de esta organización rompieron las relaciones diplomáticas con la República Dominicana y, posteriormente, en mayo de 1961, Trujillo quien había impulsado la inmigración nipona, fue asesinado; al parecer, según lo indica Amy Yanet Mariano (2016), muchas de las tierras entregadas a los inmigrantes japoneses habían sido forzadamente expropiadas por la dictadura a familias dominicanas, adicionalmente los medios de la dictadura con fecuencia eligiaban la ética de trabajo de los japoneses y muchos dominicanos vieron en ello un cierto favoritismo de Trujillo por los japoneses y, por ello, después de la muerte de Trujillo muchos japoneses fueron atacados).

La reacción de los inmigrantes japoneses ante estas adversidades fue diferente. Algunos inmigrantes nipones emigraron a otros países de América Latina como Brasil, Paraguay, Panamá y Perú, mientras que otros se regresaron a Japón, y algunos, cerca del 50% de los 1319 inmigrantes originales, optaron por permanecer en el país. Sin embargo, años más tarde, en una acción judicial colectiva, una parte de estos inmigrantes y sus descendientes demandaron al gobierno japonés por los sufrimientos y maltratos recibidos debido a un proyecto de inmigración que fue mal planificado desde el gobierno japonés.

No podemos relatar aquí toda la compleja historia de este proceso de búsqueda de justicia el cual es analizado en el trabajo, La blancura en el paraíso: narrativas de identidad de inmigrantes japoneses, acción colectiva y responsabilidad nacional de Japón, tan solo diremos que el proceso de demanda implicó resolver varios problemas: uno de tipo legal y otro de nivel emocional.

En primer lugar, como lo expresa, el ingeniero Hidaka Mamoru (José Luis), uno de los representantes ejecutivos de la demanda civil: los inmigrantes y sus descendientes «no solo tenemos que pelear por el mal que nos hicieron en 1950, sino que también tenemos que pelear por el derecho de demandar al gobierno japonés». En segundo lugar, ir contra el Estado nipón, rompía normas culturales y hacía ver a los inmigrantes demandantes como malos japoneses que iban contra la madre patria, los inmigrantes tuvieron entonces que resolver sus conflictos emocionales relacionados con su identidad nipona y dominicana.  Los inmigrantes pensaban que sus «acciones legales no los hacía menos japoneses ni personas irrespetuosas. De hecho, argumentaron que hacían su reclamo ante el gobierno japonés porque ellos eran japoneses que fueron engañados» y esperaban que una compensación y reconocimiento de los daños causados podían «dar a los ancianos de la primera generación el respeto y la humanidad que merecían».

El proceso legal tuvo varias etapas. En 1968, los inmigrantes japoneses (tanto los que se quedaron como los que se regresaron a Japón) fundaron la Federación Dominicana Japonesa. En 1987, un grupo de más de 170 de inmigrantes de primera generación buscó la asistencia de la Asociación Japonesa de Abogados (que se preocupó del caso, visitó la República Dominicana y, en 1991, dictaminó que «en el caso de los inmigrantes japoneses en República Dominicana hubo violaciones en los DDHH»). Aunque las primeras demandas fueron desestimadas, finalmente, en el año 2006,

la Corte del Distrito de Tokio dictaminó reconociendo públicamente la responsabilidad del gobierno en el esquema de emigración mientras rechazó la demanda con la justificación de que el derecho de los demandantes de reclamar por daños había expirado. Días después, el Primer Ministro Koizumi [Junichiro] ordenó al gobierno considerar cómo podían responder a los problemas de los emigrados.

El viernes 21 de julio de 2006 la respuesta llegó en forma de una disculpa oficial enviada por el Primer Ministro, [Koizumi Junichiro], a los inmigrantes japoneses en RD por las dificultades que experimentaron bajo el programa de migración gubernamental en los años 50. Esta fue la primera disculpa oficial otorgada a los emigrantes japoneses (en todo el mundo) por la dura experiencia inmigratoria.

Junto con la disculpa, el Primer Ministro Koizumi ofrecía proveerles de facto compensación a pesar del dictamen de la corte. Koizumi publicó una declaración reconociendo que los emigrantes habían encarado dificultades porque el gobierno japonés no había llevado a cabo investigaciones apropiadas de antemano o por no haber provisto de información sobre el asentamiento en el área

Esta compensación económica fue un pago único a cada uno de los 1.319 japoneses emigrantes a República Dominicana por un total de 2 millones de yenes (que para la época equivalía a 17.000 dólares estadounidenses). 

La diseminación nipona por la República Dominicana

Los japoneses, inicialmente confinados a varias colonias en la isla, terminaron dispersandose por toda la República Dominicana. Según Oscar Horst y Katsuhiro Asagiri (2000),

Después del éxodo masivo de colonos japoneses a Brasil y Japón en 1961-1962, solo quedaron 276 de los 1.319 inmigrantes originales, pero en 1971 el número de japoneses había aumentado a 574 (…) Una publicación de 1981 que conmemora el vigésimo quinto aniversario de la llegada de colonos japoneses a la República Dominicana colocó el número de japoneses en 641 (…) En 1985 se registraron un total de 671 japoneses, de los cuales 281 figuraban como nacidos en Japón y 390 en la República Dominicana (…) El aspecto más sorprendente de los asentamientos japoneses en la República Dominicana ha sido la dispersión de las familias japonesas en todo el país…En 1981, setenta y dos familias se encontraban viviendo en veintisiete comunidades ampliamente dispersas en todo el país, un aumento considerable sobre las cifras reportadas diez años antes.

Para octubre del 2013 se estimaba que había 1.673 nikkei viviendo en República Dominicana de los cuales cerca de 800 eran descendientes de japoneses y 873 tenían nacionalidad japonesa. El nivel educativo de las familias japonesas en la República Dominicana es relativamente alto. Se ha estimado que cerca del sesenta por ciento de la segunda generación (nisei) son graduados universitarios. Mientras algunos miembros de la comunidad japonesa ejercen como maestros, profesores, médicos, arquitectos e ingenieros, otros miembros de la comunidad continúan en labores agrícolas, aunque también existen quienes se han especializado en la mecánica, carpintería o jardinería y hay algunos se han dedicado a la enseñanza de las artes marciales y la práctica del béisbol como lo muestra la existencia de la Academia de Béisbol Hiroshima Toyo Carp, fundada en 1984 bajo la dirección del inmigrante japonés Ueno Mitsunori, (ver video sobre los aportes de la comunidad japonesa en la República Dominicana).

Arco torii que marca la entrada al jardín japonés en el Jardín Botánico Dr. Rafel María Moscoso.

El jardín japonés de Santo Domingo

La presencia japonesa en la isla y el amor de los japoneses por la naturaleza y la jardinería han llevado a la creación de un jardín japonés dentro del Jardín Botánico Nacional Dr. Rafael María Moscoso el cual está ubicado en las afueras de Santo Domingo. Este jardín botánico fue fundado en 1976 y tiene una extensión 234,5 hectáreas. El jardín japonés fue creado en el mismo año de la fundación del jardín botánico y fue una idea de Matsunaga Mamoru (f. 2016), el padre del judo en la República Dominicana (para detalles ver, El icónico Jardín Japonés). En este jardín japonés se mezcla la flora dominicana y japonesa y, en su entrada, entre dos samanes, hay un simbólico arco tradicional torii rojo el cual en la cultura japonesa heredada del culto shinto es una señal de separación entre un espacio profano y un lugar sagrado. 

Cuatro jóvenes inmigrantes japoneses, casados con esposas japonesas, en la playa de la Bahía de Manzanillo, cera de Pepillo Salcedo hacia la mitad de los años sesenta. Fuente: La foto es de Fukutsuchi Yamamoto y fue tomada del trabajo The Odyssey of Japanese Colonists in the Dominican Republic (ver nota al final).

La participación nipona en actividades de pesquería y en la investigación marina en República Dominicana

Como ya se dijo, entre las colonias japonesas en República Dominicana existió una colonia que no era agrícola sino pesquera: la colonia de Pepino Saladillo, en Manzanillo, en la costa atlántica de la República Dominicana. Cinco familias de pescadores fueron enviadas allá para desarrollar esta colonia.

Según se cuenta, «dos meses después de su llegada, los inmigrantes habían obtenido más de cinco mil libras de pescado [aproximadamente más de 2267 kg]. Dos años más tarde, el diario El Caribe (28 de febrero de 1958), informó que los pescadores “estimularon una floreciente industria pesquera” y abastecían de pescados y mariscos a la región del Cibao».

Pero, todo fue una fugaz ilusión.

Esta comunidad pesquera se encontró con varias dificultades: algunas debida al poco potencial de la pesca costanera (aquella realizada cerca de la costa) y otras debida a los patrones de consumo de pescado de los dominicanos de zonas circunvecinas. Según explica la profesora Valentina Peguero en Colonización y política: los japoneses y otros inmigrantes en la República Dominicana (2005; p. 132): 

los residentes de comunidades del interior preferían comer pescados provenientes de aguas dulces porque tenían la creencia de que la pesca marina era dañina para los seres humanos. Otro factor negativo fue la falta de electricidad. Al no disponer de energía eléctrica ni de refrigeración, la población, por lo general, compraba sólo la cantidad de pescado que podía consumir el mismo día. Cansados y frustrados, los inmigrantes regresaban a sus casas con su cargamento de pescado y lo tiraban de nuevo al mar.

Las dificultades de los pescadores de la colonia de Manzanillo relacionadas con el bajo potencial de la pesca motivó al gobierno japonés a comisionar en 1957 una investigación científica pesquera en la República Dominicana. En el mismo trabajo, la profesora Valentina Peguero explica que (2005; p. 132):

Los botes que trajeron los inmigrantes constituyeron otra traba, ya que no eran aptos para la pesca de mar abierto en el océano Atlántico. Sin embargo, ironía de ironías, mientras sobraban los pescados, el obstáculo mayor fue la falta de peces. Muy pronto los experimentados pescadores se dieron cuenta de que las aguas de la bahía de Manzanillo no contenían suficientes animales acuáticos para una pesca intensiva, capaz de sostener la proyectada manufactura de harina y otros productos derivados del pescado. Informado del problema, el gobierno japonés ordenó a un barco que estaba haciendo estudios oceánicos en Brasil que se dirigiera a la República Dominicana para determinar con precisión el potencial pesquero del país y estudiar la posibilidad de trasladar a los pescadores a otro lugar de la isla. Los científicos y técnicos del barco recorrieron el litoral marítimo desde la isla Beata, colocada al extremo sur de la provincia Pedernales, hasta la bahía de Manzanillo, en el noroeste de la isla. El estudio indicó que no existían las condiciones para el éxito del proyecto porque la pesca no era renovable. Se podía pescar bastante en un lugar, pero solamente una vez.

Ahora, nuestra investigación logró determinar que el barco referido por la profesora Peguero fue el Tōkō Maru (東光丸), construido en 1954, y, posteriormente, vendido (en 1971) a la Escuela de Oceanografía de la Universidad de Tokai (Shimizu), renovado en los astilleros Miho Shipyard (Shimizu) y bautizado como Bosei Maru. Para la época, cuando visitó las aguas dominicanas, el Tōkō Maru pertenecía a la Agencia Pesquera Japonesa (Japanese Fisheries Agency, en inglés). 

Tōkō Maru (東光丸), 1954, fue un barco pesquero patrullero de arrastre usado como barco de investigación. Fuente: Fumio Nagasawa

Esta nave era un barco pesquero patrullero de arrastre (fisheries trawler-type patrol ship) de 1.103 G/T (toneladas de arqueo bruto; G/T = gross tons, en inglés)  que regularmente llevaba una tripulación de 35 personas y el equipo científico estaba conformado por 18 personas. Según Fumio Nagasawa, la construcción de este barco comenzó en 29.09.1953, fue botado el 20.2.1954, y completado el 31.03.1954. Las dimensiones del Tōkō Maru eran LPP = 62,5 m (Length Between Perpendiculars, LPP; en español, Perpendicular de proa y popa); Beam = 10,7 m (Ancho); Draft = 5,4 m (distancia del fondo de la quilla a la línea de agua). Este barco era impulsado por una máquina diesel 6TAD48 fabricada por Sumitomo Heavy Industries, dicha máquina tenía una potencia de 2.400 BHP (1.789,68 kW) y le permitía al barco alcanzar un velocidad entre 12,95 y 14,53 nudos (kt). Como ya se dijo, en 1971, el Tōkō Maru fue vendido a Tokai University (Shimizu) y, en 1978, fue puesto fuera de servicio (decomisado o desguasado).

El Tōkō Maru realizó un viaje de 9 meses, primero a Brasil y, luego, a República Dominicana, regresando a Japón, el 25 de julio de 1957. Según lo comunica la publicación COMMERCIAL FISHERIES REVIEW (Enero 1958, Vol. 20. No. 1 p. 69), la cual reproduce una información publicada, en japonés, en el Nippon Suisan Shimbun del 31 de julio de 1957, en este viaje el equipo científico estuvo dirigido por el director del Nankai Regional Fishery Research Laboratory (内海区水産研究所), una gran autoridad en atún y pez espada (an outstanding authority on tunas and spearfishes).

Nosotros creemos que el COMMERCIAL FISHERIES REVIEW se puede estar refiriendo al Dr. Hiroshi Nakamura. El Nankai Regional Fisheries Research Laboratory (1941-1967) se encuentra en Kōchi, en la Prefectura de Kōchi, en la isla de Shikoku (a partir de 1967, este instituto sufrió varias reestructuraciones y cambios de nombre).

Según el artículo publicado en el COMMERCIAL FISHERIES REVIEW,

El trabajo de prospección en aguas de la República Dominicana comprendió 1 lance de arrastre (red rota), 5 lances con una red de camarones y 6 conjuntos de palangre, con 23 estaciones oceanográficas ocupadas durante el período. Debido a la topografía, se pensaba que era poco lo que se podía esperar de las pesquerías costeras, y los resultados de la investigación pesquera confirmaron esta creencia. Se piensa que el área es bastante prometedora para la pesca de atún con palangre. Dentro del alcance de la investigación, se consideró que el lado del Caribe es principalmente una área para la pesca de aleta amarilla y el lado del Atlántico principalmente para atún blanco y pez espada. Hubo vientos constantes del noreste de aproximadamente Fuerza 3 [se refiere a 3 en la Escala de Beaufort], que obstaculizaron las operaciones del pequeño bote de pesca utilizado para palangrear, pero que no molestaron a un barco de palangre regular. Dado que las áreas de pesca están cerca, la operación por embarcaciones más pequeñas es probablemente bastante posible.

Aunque la industria de la pesca ha aportado poco a la economía dominicana y la actividad pesquera está considerada en ese país como una actividad marginal que solo sirve como complemento a otras formas de subsistencia (ver el gráfico comparando la producción de pescado con la importación y exportación de productos marinos), el gobierno japonés ha continuado apoyando a la República Dominicana en asuntos pesqueros.

La producción de pescado comparada con la importación y exportación de productos marinos. Fuente: Datos del Viceministerio Costeros y Marinos de República Dominicana; gráfica tomada de Herrera y otros, 2011 (p. 176).

El área disponible para la pesca es bastante extensa ya que la zona exclusiva económica de República Dominicana es de 238.000 km2. Según Herrera y otros (2011), las actividades de pesca en la República Dominicana incluyen 300 especies de peces, crustáceos, moluscos y equinodermos los cuales son capturados a lo largo de 1.575 km de costas, 8000 km2 de plataforma (entre 0 y 200 m de profundidad) y 4.500 km2 de bancos oceánicos y zonas oceánicas circunvecinas.

Mapa mostrando las provincias costeras de República Dominicana y la extensión de la Zona de Económica Exclusiva. Fuente: Herrera y otros, 2011, p. 177.

Desde los años ochenta del siglo pasado, la República Dominicana ha tenido varios planes para el desarrollo pesquero. Por medio de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (mejor conocida por sus siglas en inglés, JICA; Japan International Cooperative Agency), Japón, junto con la Secretaría de Estado de Agricultura (SEA), participó en el desarrollo del segundo plan de pesca el cual fue presentado en el reporte: «Informe del estudio de diseño básico del proyecto de desarrollo de pesca costera en la República Dominicana» (JICA/SEA, 2004) (citado por Herrera y otros, 2011).

A través de JICA, durante el gobierno del Dr. Joaquín Balaguer, en 1992, Japón donó a República Dominicana un Centro para el Desarrollo y Entrenamiento Pesquero (CEDEP) para construir capacidades en pesca, ubicado en Samaná, el cual tenía una capacidad para entrenar a 50 pescadores por mes y era administrado por la Subsecretaría de Estado de Recursos Costeros y Marinos (SERCM) de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARN). Según Herrera y otros (2011), para el año 2004, este centro tan solo había entrenado a 150 pescadores. Según estos mismos autores, basados en información presentada en el trabajo «Conocimientos básicos sobre la cooperativa pesquera» de T. Saito (en Proyecto de desarrollo de la pesca artesanal en el área de Samaná (1996–1999), SEA/JICA, pp. 1–28, 1999),

JICA ha brindado un importante apoyo al desarrollo de pescadores artesanales en Samaná. Los especialistas japoneses han desarrollado materiales educativos sobre cada tema que podría ser relevante para los pescadores artesanales, como equipos de congelación, preparación y conservación de peces, equipos y métodos de pesca, uso de GPS y ultrasonido, reparación y mantenimiento de embarcaciones y motores, y conocimientos básicos sobre cooperativas pesqueras.

En el 2001, bajo la dirección del experto japonés Tsinchichi Arima, se inició en República Dominicana la pesca del calamar diamante (Thysanoteuthis rhombus). Esta es una especie de calamar cuyo manto puede alcanzar una longitud de 1 metro y un peso de 20 kg y se encuentra distribuido en áreas tropicales y subtropicales siendo la profundidad de pesca entre 300 y 700 m. Este calamar se pesca con una línea especial para calamares (llamada en inglés, squid dropline fishing).

En el 2004, el gobierno japonés donó al CEDEP un barco escuela el cual fue bautizado Guarionex en honor al cacique taíno hijo del famoso cacique  Este barco se usó para la pesca del calamar diamante. Según refiere Milton Ray Guevara, el Guarionex poseía  «en su interior de bodegas para la conservación de pescado y hielo, planta eléctrica, un motor de 300 HP, además de modernos equipos para la captura de pescado». En una segunda fase del proyecto CEDEP, Japón donó «cinco lanchas de 29 pies con motores de gasoil de 78 HP» las cuales recibieron nombres de varios cacicazgos taínos (Magua, Marien, Jaragua, Higüey y Maguana).

Pescador de Dominica con un calamar diamante. Fuente: JICA

Milton Ray Guevara también señala que la planta física del CEDEP se construyó en Samaná porque los expertos japoneses encontraron que en esa región estaba la mayor cantidad de personas dedicadas a actividades pesqueras en la República Dominicana. La edificación, contigua al mercado público,

contaba con máquinas para fabricar hielo, planta para conservación del pescado, tres plantas eléctricas de 20 KWA cada una, equipos y utensilios para la enseñanza sobre captura y manejo de pescado, equipos y utensilios para la enseñanza técnica de mecánica, electricidad y refrigeración, y equipos de oficina.

También refiere que 

La cooperación japonesa concibió el proyecto en dos etapas. La primera consistió en donación de equipos; transferencia de tecnología directa con la presencia en Samaná de unas ocho técnicas japoneses en las áreas de organización pesquera, navegación, manejo y conservación de pescado y mantenimiento de las instalaciones. En el marco del acuerdo, más de 10 técnicos nacionales se prepararon en Japón, algo sin precedentes en Latinoamérica. Nuevas artes y métodos de pesca fueron enseñados, pesca de dorado, de bacora y atún a gran escala, los payaos, curricán múltiple.

Pero, según parece, el CEDEP no recibió el apoyo local debido para su continuación en el tiempo. Escribiendo en el 2009 (Samaná: Pescado y empleo), Milton Ray Guevara afirma que

en el período 2004-2008 el proyecto virtualmente desapareció, el Guarionex (barco escuela) no pudo zarpar como lo hacía día tras día por unos repuestos que costaban unos RD$250,000. Hoy quedan unos de 8, 10 ó 20 empleados sin labor real, que reciben sus salarios mientras en el recuerdo quedan aquellos tiempos de prosperidad. 

Apoyo japonés a otros países caribeños

No dudamos que el gobierno japonés haya otorgado algún apoyo en asuntos pesqueros a otros países del área caribeña, sin embargo, como estos no son países de habla hispana y, además, la inmigración japonesa en ellos o no ha existido o ha sido muy pequeña, estos apoyos no los hemos investigado. Sabemos, por ejemplo, que JICA ha dado apoyo a países caribeños como Dominica en la pesca del calamar diamante a través de expertos como el biólogo marino, Mitsuhiro Ishida.

VENEZUELA

Finalmente llegamos a Venezuela. La emigración japonesa en Venezuela comenzó en 1928 con la llegada del primer inmigrante japonés el Sr. Seijiro Yazawa Iwai (1901-1988) — nombre según la onomástica occidental — y, varios años después, con el arribo del primer grupo de japoneses en llegar al país (1931): varios pescadores quienes, al ver limitadas sus posibilidades de subsistir en Panamá, decidieron venirse a Venezuela. Hubo otra oleada migratoria japonesa, liderada por Yonekura Yuzo, quien llegó a Caracas en 1937, procedente de Perú.

Pero, el tema de la inmigración japonesa y su relación con el Mar Caribe venezolano y la pesca será tratado en la tercera parte de este ensayo. Para saber más sobre la inmigración japonesa en Venezuela y para conocer la historia de las relaciones diplomáticas entre ambos países recomendamos leer: «Historia de los inmigrantes japoneses en Venezuela antes de la Segunda Guerra Mundial»; «La efímera presencia japonesa en Ocumare del Tuy durante la Segunda Guerra y Posguerra Mundial»; e «Historia de las relaciones diplomáticas Venezuela-Japón:(1938-2008)».

En la tercera parte de este ensayo iremos al Mar Caribe venezolano  a revisar cómo fue la presencia japonesa en sus aguas. Los invito a seguir esta saga inmigratoria en la tercera y última parte de Caribe Nipponica.

¡Espérenla!


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NOTAS PARTE II

(1) Para saber más sobre los japoneses y la industria azucarera en Hawaii ver  Strikers, Scabs, and Sugar Mongers: How Immigrant Labor Struggle Shaped the Hawai’i We Know Today, Densho, 2017.

(2) Para entender la emigración japonesa a América Latina fue muy instructivo leer a Endoh, Toake (2010). Exporting Japan: Politics of Emigration to Latin America. University of Illinois Press.

(3) Para más detalles sobre la Colonia Enomoto ver, La primera comunidad japonesa en Chiapas. Para saber más sobre Terui Ryojiro ver Terui Ryojiro nació en una familia renombrada de Iwate.

(4) Para entender mejor la relación de los japoneses con la naturaleza nos fue útil leer el trabajo de John Tucker titulado, Japanese Views of Nature and the Environment (2003), en H. Selin (ed.), Nature Across Cultures: Views of Nature and the Environment in Non-Western Cultures, 161–183; el artículo The Conception of Nature in Japanese Culture de Masao Watanabe (Science, Vol. 183, 25 January, 1974, pp. 279-282); el artículo The Japanese Appreciation of Nature de Yuriko Saito (British Journal of Aesthetics, Vol. 25, No. 3, Summer 1985); y Mountains and Their Importance for the Idea of the Other World in Japanese Folk Religion de Ichiro Hori (History of Religions, Vol. 6, No. 1 (Aug., 1966), pp. 1-23).

Hemos leído la edición de «María» de Biblioteca Ayacucho, Volumen XXXIV, Caracas, 15 de septiembre de 1988. Los números de página citados se refieren a esta edición.

(5) La sección sobre los japoneses en la República Dominicana se basó en varias fuentes. Para el tema poblacional dominicano se consultó el portal http://www.populstat.info/. En el tema de la colonización agrícola nos fue muy útil la lectura del trabajo: Augelli, J. P. (1963). La Colonización Agrícola en la República Dominicana. Revista Geográfica, 181-197.

Para entender la situación económica de Japón durante la posguerra y el pensamiento económico que propugnaba que la sobrepoblación era una de las limitaciones principales del capitalismo japonés, nos fue útil leer el libro: O’Bryan, S. (2009). The Growth Idea: Purpose and Prosperity in Postwar Japan. University of Hawaii Press.

Otros trabajos consultados fueron:

Herrera, Alejandro y otros (2011). Coastal fisheries of the Dominican Republic en Silvia Salas y otros (editores), Coastal Fisheries of Latin America and the Caribbean, FAO Fisheries and Aquaculture Technical Paper 544, pp. 175-218.

Horst, O. H., & Asagiri, K. (2000). The Odyssey of Japanese Colonists in the Dominican Republic. Geographical Review, 90(3), 335-338.

López, Stephanie Marie (2013). El domínico-japonés: expresiones culturales de la identidad japonesa en la República Dominicana desde mediados de los años 50, Tesis de Bachelor of Arts in Liberal Arts and Sciences with a Concentration in International Studies and Spanish, Florida Atlantic University.

Mariano, A. Y. (2016). The Reality of a Caribbean Paradise: A Historical Overview of Japanese Immigration to the Dominican Republic.

Perez Hazel, Y. (2016). Whiteness in paradise: Japanese immigrant narratives of identity, collective action, and Japan’s national responsibility. Asian Ethnicity, 17(3), 435-455 (existe traducción al español; La blancura en el paraíso: narrativas de identidad de inmigrantes japoneses, acción colectiva y responsabilidad nacional de Japón).

Peguero, Valentina (2005). Colonización y política: los japoneses y otros inmigrantes en la República Dominicana, BanReservas.

Peguero, Valentina (2015). Japanese Immigration in the Dominican Republic, Discovery Nikkei.

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SOBRE EL AUTOR: José G. Álvarez Cornett ( @Chegoyo en Twitter )

Miembro de COENER, del grupo “Physics and Mathematics for Biomedical Consortium“, y de la American Physical Society (APS). Representante de los Egresados ante el Consejo de Escuela de Física, Facultad de Ciencias, UCV.

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@Chegoyo 2020

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2 Responses to "Caribe Nipponica. Parte II"

  1. Luis J. Guerra D. says:

    Buenas tardes Jose Gregorio.
    Mi nombre es Luis Guerra, mi esposa es Nikkei, su nombre es Akemi MItsuta, hija de Shinzo Mitsuda (cambio la letra “D” por la “T” al registrarse para según él fuera mas facil para el venezolano pronunciarlo).
    Él, creemos, vino en el barco BOSO MARU, llegando a Cumana y trabajando.
    Lo cierto es que vi que estas investigando para la parte III del proyecto VES, Caribe Nipponica (VENEZUELA) y creo te podemos ayudar con fotografias (un aficionado a ellas), documentos y postales.
    El Murió en el 1979.
    Saludos.

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